La veracidad de los miedos

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¿Son ciertos los miedos que sentimos? ¿Realmente son como los sentimos? El miedo es la emoción que ha permitido a nuestra especie sobrevivir. Es una emoción que nos alerta de posibles peligros y por lo tanto nos da la oportunidad de elegir qué decisión tomar ante dicho peligro.

Pero, a mi entender, los miedos que azotan a nuestra sociedad en estos momentos no son este miedo intrínseco al ser humano. Éstos son miedos irracionales, mal interpretados y creados por nuestro ego para hacernos sufrir.De hecho, son “terribilizaciones” (exageraciones disfuncionales) que crea la mente por inseguridad y falta de criterio racional y emocional.

No tenemos herramientas para gobernar nuestro ego. No nos han enseñado cómo hacerlo, pero también es cierto que, desde nuestra mayoría de edad es nuestra responsabilidad. ¡De nadie más!

Una manera que ayuda a superar los miedos es tener claro cuáles son y a qué son. Por ejemplo:

– Miedo al fracaso: Asociado al fracaso laboral. Pero también al fracaso personal.
– Miedo al error: Asociado a equivocarse en el día a día, a pequeños fracasos.
– Miedo a perder: Asociado a la competitividad excesiva y/o también al ridículo.
– Miedo al no: Asociado a la Baja Tolerancia a la Frustración (BTF).
– Miedo al rechazo: Asociado a no ser queridos, temor a la soledad y la no aprobación de los demás.
– Miedo al ridículo: Asociado a la imagen que queremos aparentar y a la necesidad neurótica de ser vistos según un ideal pre-imaginado.

Una vez identificados, ¿qué tal si los reinterpretamos? La forma de hacerlo es asociando valores racionales que nos traerán mejoras en nuestro autoconcepto y, por lo tanto, en nuestra autoestima. Aquí tienes el listado de los miedos anteriores pero reinterpretados:

– ¿Qué es un fracaso? Un peldaño del éxito.
– ¿Qué es un error? Un aprendizaje.
– ¿Qué es perder? Una forma de poder volver a llenar.
– ¿Qué es un no? Una de las posibilidades de la realidad. Otras son un sí o un quizás, etc.
– ¿Qué es el rechazo? Una dificultad que tiene el otro para comunicarse adecuadamente.
– ¿Qué es el ridículo? Una manera cruel e innecesaria de juzgarnos, basada en un ideal irracional.

Te invito a que integres estos conceptos como parte de tu diálogo interno y verás como estos miedos quedan superados por valores sanos y de crecimiento personal.

El miedo que terribiliza en nuestro pasado o futuro no existe. Es una invención de la mente.

Si sientes la necesidad de VIVIR LIBRE de culpas y miedos, déjame acompañarte.

Proyectar en los demás lo que no asumimos en nosotros

proyectar en los demás

Proyectar en los demás nuestro malestar. Cuando no somos capaces de asumir la propia responsabilidad, desbordados, culpamos, una y otra vez, a los demás de nuestras incapacidades o irresponsabilidades.

La falta de educación emocional nos conduce a culpar a otros de nuestras responsabilidades y, aunque sufriendo mucho por la propia decepción, por el resentimiento que nos queda y por la imposibilidad de dar solución madura a nuestro malestar, seguimos repitiendo este egóoico patrón cada vez que nos encontramos ante una situación interpretada como adversa.

Nos da pánico sentirnos responsables, asumir que somos nosotros los que podemos mejorar, que los demás no cambiarán porque se sientan culpables, que a la vez culpan a otros. Y así la proyección se convierte en una conducta social.

El error masivo se convierte en verdad y la inmadurez emocional en realidad social.

Sufrimos y, como respuesta, hacemos sufrir y queremos herir. Y, claro, salimos heridos.

Aún no hemos entendido que si hago daño a los demás, me hago daño a mí mismo. Algo tan sencillo y obvio, cuesta de entender porque estamos gobernados por el ego, porque no tenemos las riendas de nuestra vida emocional.

¿De qué sirve culpar a los demás?
¿A dónde nos lleva culparlos?
¿Es útil o práctico hacerlo?

Si analizamos estas 3 preguntas de tipo realista, filosófico y práctico nos daremos cuenta de que no mejora nada. Al contrario, empeoramos las relaciones volcando nuestros malestares, nuestras frustraciones.

¿Qué tienes dentro?

Los seres humanos somos como depósitos: Ofrecemos a los demás lo que tenemos dentro.

Así pues, si tenemos resentimiento, nuestras conductas estarán afectadas por este dolor. Si, en cambio, tenemos paz y alegría, todos nuestros comportamientos estarán regidos por estas emociones sanas y equilibradas.

Al proyectar culpa en los demás, la intencionalidad es la de liberarnos de un sentimiento que percibimos como frustrante y lo que queremos hacer, en realidad, es pedir ayuda para sostener todo lo que se nos hace insoportable. Y nos parece, en nuestra particular neura del momento, que tirando nuestras miserias al más cercano, seremos mágicamente liberados.

No nos damos cuenta que lo único que conseguimos atacando a los demás es obligar al otro a protegerse de nosotros y a defenderse ya que se siente, lógicamente, atacado por nuestra irresponsable conducta culpabilizadora.

¿Qué podemos hacer para mejorar estas situaciones?
Cuando sentimos la emoción de culpa es importante reconocerla como nuestra y no, de otro. Después, hay que aceptarla; es decir, hacerme cargo y sencillamente admitir que es la emoción que siento, que es mi realidad en ese momento. Finalmente con esta emoción de culpa lo que hacemos para liberarnos de verdad es responsabilizarnos y no culparnos o culpar a los demás.

El camino interminable entre la euforia y la desesperación

La euforia es una emoción de exaltación de la alegría, que cuando permitimos que se dispare nos conducirá, una y otra vez, a la posterior e inevitable desesperación. ¡El bucle está servido!

Cuando, teñidos de ese estado hiperemocional, inconscientemente, queremos sostener la euforia como si de algo nuevo en nosotros se tratara. No nos damos cuenta de que estamos exigiendo a nuestro cuerpo que sostenga una química impropia.

Cuando eufóricos, queremos “ser” siempre así, ahí, en ese momento, nacen nuestros futuros sufrimientos. Porque el cuerpo no puede sostener más que temporalmente, ese estado de excitación que ha producido el impacto emocional en nosotros. ¡La relación entre euforia y desesperación es directa!

Si tenemos comportamientos eufóricos estamos admitiendo, implícitamente, que tendremos, en consecuencia, estados desesperados, depresivos.

Muchos también, para salir de la depresión, se insuflan una acción de intensidad –confundiéndola con autenticidad– como para salir del aburrido letargo en que se perciben. Retan a su psique a que aquello que han creado superficialmente para salirse de sí mismos, no sea efímero. Cuando en realidad lo que denota esa creación es que con quien no saben convivir es con ellos mismos.

Hace años que, casualmente, creé una técnica de visualización que aún hoy utilizo y explico a mis alumnos. Se trata de tomar consciencia de cuando estamos entrando en euforia imaginando un globo ascendiendo al cielo –el mío es blanco– que pincho con una aguja de tal forma que cuando explota todas las partículas de alegría que contiene el globo las acojo con la boca abierta. De esta manera, toda la alegría en vez de convertir-se en un comportamiento –externo, por tanto– queda asumido dentro de mí, en forma de alegría interna.

Durante muchos años estuve haciendo, constantemente, este viaje de la euforia a la desesperación y no fue hasta mi proceso de mejora personal que puse en práctica mi nueva manera de vivir serenamente: del 4 al 7. Fácil, ¿verdad?

Me di cuenta de que si en vez de irme al 10 eufóricamente, retenía parte de esa euforia en el 7, mi mente no asociara ese 10 con el 0, si no ese 7 con el 4. ¡Y así es!

Desde entonces vivo con mucha paz interior, porque al cambiar de estrategia dejé de ser un “pelele” emocional dependiente de las circunstancias y pasé a ser el líder de mi vida emocional. Y, de esta forma, se acabaron las desesperaciones.

El día que estoy en un 4, estoy triste pero feliz. Soy muy eficiente y son días, además, que entro mucho en mí, que busco como nunca conocerme, descubrirme. Los días al 4 son días de interioridad, de encuentro conmigo mismo.

Del 4 al 7, no solamente es una manera lineal de enfocar la vida en velocidad de crucero, de plenitud sostenida, sino que, además, tiene profundidad y altura, ¡es una técnica de tres dimensiones!

Cuando la alegría es mayor, no tengo ya una conducta eufórica. Si acaso, profundizo en mi alegría interna y mi altura es la que va ascendiendo cada vez que me “deseuforizo” y vuelvo al 7. De esta forma, crece y crece mi nivel de conciencia.

Hay que vivir entre el 4 y el 7. ¿Te atreves?

 

Con aprecio, dedicado a Pere Ventura

Las creencias: Lo que nos hemos creído

creencias

Las creencias son interpretaciones que hemos hecho de la realidad. Son fruto de nuestro diálogo interno y condicionan nuestra manera de ser. Es obvio que si las creencias son interpretaciones, podemos crear nuevas interpretaciones. Es decir, construirnos creencias que nos mejoren la calidad de vida emocional y por lo tanto que nos conduzcan al equilibrio y a la paz interior.

Fíjate: los pensamientos generan emociones y éstas nuestros comportamientos. Un buen comportamiento supone mejora de autoestima. En cambio, un mal comportamiento, la empeora y la debilita.

Tenemos aproximadamente 70.000 pensamientos diarios, que no son otra cosa que propuestas del cerebro. Estos pensamientos filtrados por nuestras creencias generan las emociones que sentimos.

Si sentimos emociones sanas tendremos comportamientos equilibrados; y si sentimos emociones insanas (porque nuestras creencias no son las adecuadas), tendremos conductas de sufrimiento para nosotros y para los demás.

¿Qué hace que tengamos tendencia a tener un tipo u otro de creencias? Pues, las tendencias de nuestra personalidad.

La personalidad, la máscara es la herramienta del ego más potente. Es con lo que el ego nos condiciona más nuestra vida. La personalidad es la estrategia que biológicamente todos adoptamos siendo muy niños (6/7 años), y que será la misma a lo largo de toda la vida. La evolucionaremos o no, de eso dependerá que tengamos conductas maduras o inmaduras a lo largo del tiempo.

Todos conocemos personas mayores que se comportan como niños, constantemente pataletas, regañinas y maneras de hacer propias de un menor, no de un adulto. Se trata de personas que no han tenido –o quizás querido– madurar su personalidad y sufren enormemente porque tienen muy baja tolerancia a la frustración y porque se sienten siempre agredidos.

Desde la edad adulta es nuestra responsabilidad evolucionar nuestra personalidad y dejar de permitir que las creencias que arrastramos del entorno sigan influyendo en nuestra realidad.

Que nuestros hijos sufran por nuestro bajo nivel de autoconocimiento es nuestra voluntad, a menudo forjada por la poco que nos queremos y lo mucho que queremos aparentarlo. Es tu derecho y también tu deber aprender a conocerte, a descubrirte, a comprender porqué una y otra vez sigues sufriendo por las mismas creencias.

¿Vas a seguir sufriendo toda la vida por las mismas creencias sin cambiarlas?

Definitivamente sólo podemos cambiarnos a nosotros mismos, es la única aportación que podemos hacer a la humanidad, a nuestra sociedad y a nuestro entorno. Y depende exclusivamente de nuestra decisión, de querer querernos, de invertir en nosotros y no, en nuestro personaje.

La aceptación incondicional

aceptación incondicional

La aceptación incondicional no es fácil de explicar; tampoco, de entender. Pero si nos acercamos al significado de las palabras, vemos qué quiere decir: aceptarnos sin condiciones de ningún tipo, tal como somos. Con todos las zonas de luz y de oscuridad que tenemos todos.

La aceptación incondicional no está basada en lo que tenemos, ni en lo que pensamos. Tampoco en lo que sentimos. Está basada en tres argumentos irrebatibles. Porque algo tan espiritual no puede ser dependiente de juicios banales, tiene que ser depender solo de la esencia, de la más intrínseca realidad humana.

Los tres argumentos que te invito a que procures contra argumentar son:
• Somos únicos
• Estamos en constante cambio
• Somos humanos

Si haces ahora el ejercicio de debatir estos tres argumentos, posiblemente sea la primera vez que te das permiso para mirarte sin tener presente la evaluación de los otros por lo que haces, por lo que tienes o por cómo te comportas. Vemos la importancia de este tres argumentos para estimarnos y para saber quiénes somos.

La aceptación incondicional es hija del perdón, del perdón a nosotros mismos, no a los otros. A los otros los comprendemos, ¿quién somos nosotros para perdonarles? Es un adelanto importante, hacia un nivel de menor sufrimiento emocional, integrar la decisión de que nos podemos aceptar incondicionalmente porque no hay nadie más como uno mismo.

Somos absolutamente únicos, ¿te parece poco? También porque las emociones nos mueven y nunca somos el mismo. Como el río, nunca lleva la misma agua pero siempre sigue el mismo camino. Todo está en constante cambio.

Y, finalmente, porque somos humanos. De aquí se desprende el derecho a equivocarnos, a errar y también a fracasar.

Por lo tanto, te propongo que a partir de hoy, como sí de un mantra se tratara, te digas: “Me acepto incondicionalmente porque soy único, porque estoy en constante cambio y porque soy humano” y verás que conforme lo vayas integrando te irás sintiendo más bien contigo mismo. También te sentirás más libre y descargarás la mochila emocional que llevamos cargada de juicios y de conflictos no resueltos.

Aceptarse incondicionalmente quiere decir aprender a ser sin tener en cuenta el pasado, solo teniendo en cuenta el aquí y el ahora. Aceptarse incondicionalmente quiere decir vivir sin culpas ni miedos. Sin ego. Aceptarse incondicionalmente quiere decir poder observarse sin juicios ni manipulaciones. La aceptación incondicional es una de las grandes herramientas de la Inteligencia Emocional Aplicada, lo enseño y lo aprendo cada día.

¿Perdonar a los otros o perdonarnos?

perdonar a los otros

No hay nada que perdonar a los otros, solo hay que comprenderlos. ¿Quién se siente suficiente juez para perdonar a otro persona? A menudo nos decimos “No lo perdono porque no se lo merece”. ¡Qué locura! ¡Qué juicio tanto injusto!

Lo que sí hace falta es perdonarnos a nosotros, dejar de culparnos y victimizarnos, para no culpar los otros cuando no nos responsabilizamos de nuestra parte de la relación. Si nos perdonamos dejamos atrás las enormes culpas que sentimos y que no son justas ni con nosotros ni con el entorno con quien las volcamos.

¿Cómo queremos comprender los otros si no nos perdonamos nosotros?

Culpamos los otros porque no somos capaces de asumir que en todas las relaciones tenemos la mitad de la responsabilidad. Somos parte del bucle creado porque nosotros, igual que el otro, hemos cambiado el comportamiento hacia el otro y esto nos cuesta mucho de aceptar. El ego nos guía a  culpar a quien tenemos delante por no sufrir y esto, en realidad, es lo que más sufrimiento nos provoca y no nos damos cuenta.

Tenemos que aprender que nuestra lógica es solo nuestra. Que los otros son también únicos y, por lo tanto, diferentes a nosotros. Tienen una mirada diferente a la nuestra, pero es igualmente válida.

¿Nos hemos preguntado por qué lo que hacen otros lo vivimos, a menudo, como un ataque personal?

Si me respeto, respeto el camino de los otros, su proceso de crecimiento y no los juzgo. Así pues, no me hacen daño sus comportamientos y, por lo tanto, no hay nada que perdonar, solo comprender, aceptarme incondicionalmente y, en consecuencia, también a los otros.

En resumen se trata de superar las propias culpas, de perdonarnos primero a nosotros mismos y desde este estadio más sereno podamos perfectamente excluir el juicio de lo que hacen los otros. Por lo tanto, ya no culparemos a nadie y esto hará que dejamos de sufrir, aceptando la realidad del que pasa. Quizás no nos gustarán conductas determinadas, pero no sufriremos más.

Aceptar la diferencia nos hace más eficaces

autoconocimiento

Vivimos en una sociedad que lo único que mira es el exterior. Nos dotan de las mejores herramientas, de la última tecnología para conseguir ser más eficaces. Todo con el objetivo de obtener los mejores resultados tanto a nivel profesional como también a nivel personal. ¿Pero son realmente estos los mejores instrumentos para conseguirlo? Posiblemente, no. Y es que existe una herramienta que nos va a dar los mejores resultados, si somos capaces de perseverar e insistir: El autoconocimiento.

En este vídeo, que es un fragmento de una de las ponencias gratuitas que imparto en Pangea, te explico precisamente cómo el autoconocimiento nos va a permitir obtener los mejores resultados. Y es que, tal como se titula el vídeo, aceptar la diferencia nos hace más eficaces.

También nos permite descubrir cuáles son nuestros talentos y cómo darles un espacio para que salgan a la luz y crezcan. En el vídeo te explico cuáles son las tres claves del talento. Se trata de tres elementos imprescindibles para conseguir dar nuestra mejor versión. También te apunto cuáles son los diferentes tipos de personalidad para que puedas identificar la que encaja más contigo o con tu ego. ¿Te apetece verlo? Pues dale al play.

Me encantará saber qué piensas tú sobre la Inteligencia Emocional Aplicada, el autoconocimiento y el ego. Así que te animo a dejar tu visión y tu testimonio en el apartado de comentarios. Estoy convencido que tu experiencia puede inspirar y ayudar a muchas personas que se encuentren en una situación como la que tú ya has superado.

Si todo esto del autodescubrimiento se te hace cuesta arriba, escríbeme. Día a día acompaño a muchas personas para que puedan dejar su ego atrás y empiecen a vivir desde su esencia, siendo fieles a quienes son y cómo quieren vivir la vida.

 

Foto: Septian Simon. Unsplash.

De la exigencia a la tolerancia, el camino de la paz interior

De la exigencia a la tolerancia

De la exigencia a la tolerancia. Mientras estamos instalados en cualquiera de las exigencias neuróticas a las que el ser humano es proclive –véase ‘la vida me tiene que tratar bien’, ‘los demás deben respetarme’ y/o ‘debo hacer todo perfecto’–, estamos queriéndonos muy poco o nada. Estamos saboteándonos la vida, en definitiva, estamos caminando en dirección contraria a la felicidad porque nos falta tolerancia y compasión con nosotros mismos para aceptarnos tal cual somos, incondicionalmente.

Sufrimos emocionalmente porque nuestro dialogo interno es muy duro con nosotros mismos. Nuestras creencias, eso que nos hemos creído, son draconianamente exigentes, son profundamente terribilizadoras y eso el cuerpo lo somatiza y el corazón se resiente.

¿Por qué sostenemos de por vida creencias tan exigentes? ¿Cómo cambiar creencias de exigencia por creencias de preferencia?

Es como, si además de tener dentro un saboteador de felicidad, tuviésemos también un masoquista que gobernase nuestra vida. A ambos, les damos permiso nosotros mismos para que residan en el centro de nuestra existencia

¿Por qué no nos inculcamos creencias diferentes y mejores, que nos acercan a la felicidad y no que nos alejen?

Nos culpamos, nos atacamos y castigamos sin piedad. Como si el victimismo al que conducen culpas y miedos, nos permitiese algún día alcanzar el bienestar. Proyectamos nuestra culpa en los demás, por no ser capaces de asumir nuestra responsabilidad. Tenemos comportamientos intolerantes con los demás, sin comprensión alguna de que todos hacemos lo mejor que podemos en cada momento.

La ansiedad, el estrés y muchas veces estados depresivos son el resultado de tanta exigencia y tan poca preferencia. La tolerancia va dotada de confianza en uno mismo, de aceptación incondicional.

La tolerancia con uno mismo es la respuesta a tanto sufrimiento.

Debemos aprender a ser tolerantes y compasivos, admitiendo que también, hasta ahora, hemos hecho lo mejor que hemos podido en cada momento. Al tolerarnos, aceptándonos tal cual estamos de nivel de conciencia en aquel momento, nos acercamos a la realidad y por tanto dejamos la exigencia, entrando en preferencia.

Tolérate, date permiso para descubrirte, para conocerte y serás feliz. Desde la tolerancia uno puede vivirse, experimentarse como es, aquí y en este momento.

La tolerancia con uno mismo es el reflejo de la aceptación de tal cual somos, sin máscara ni personalidad, ¡con libre autenticidad!

Con aprecio, dedicado a Mireia Coll i Omaña

 

Foto: Patrick Fore. Unsplash.

El ‘feeling’, la confianza natural

¿Qué es el feeling y qué nos aporta?

El feeling lo podríamos definir como una emoción indescriptible de confianza que, sustentada en el tiempo, se convierte en sentimiento y se arraiga. A lo largo de la vida, nos damos cuenta de que con unas personas el feeling se ha dado desde el primer momento, y, en cambio, con otras no ha sido nunca. ¿Cuál es el motivo? ¿El feeling es siempre correspondido?

Esta sensación es hija de la intuición, esa cualidad tan poco conocida pero tan auténtica que tenemos los seres humanos. Está en todos nosotros, aunque con diferente potencial y desarrollo. No todos tenemos la misma intuición.

El feeling despierta en nosotros confianza, genera ilusión, empatía y fortaleza en las relaciones personales, también a las profesionales. Es como si, de golpe, caen las barreras de la desconfianza, fruto de las malas experiencias que llevamos acuestas y con las que nos acostumbramos a comparar. Es como si, por fin, encontramos en quien descansar nuestras cosas sin que el pasado nos pase factura. Es un rayo de sol perenne en nuestras vidas. ¡El feeling mueve montañas!

Además, lleva consigo comportamientos de solidaridad, de interés por otros, de motivación y de bienestar emocional. Es una esperanza argumentada que fomenta el compartir, que aporta seguridad y nos ofrece esa energía necesaria para tener paz interior.

Cuando hay feeling sabemos que no estamos solos.

Pero ¿es siempre correspondido?

Si no lo es, se convierte en la expectativa de que podríamos tener una relación de confianza con una determinada persona. Pero la realidad es que no podemos confiar porque solo nosotros lo sentimos.

El feeling es de ida y vuelta. Es un feed-back emocional muy profundo y, en general, muy duradero en el tiempo, porque la confianza genera más confianza.

Démonos cuenta cómo con las personas que tenemos feeling somos más tolerantes y, a menudo, incluso justificamos sus errores, porque así ofrecemos una vida más larga esa relación feeligniana. Protegemos la confianza con generosidad, sin exigencias y desde la preferencia somos más benevolentes.

El feeling es fuente enorme de placer y estabilidad sentimental. Es una evocación a nuestro instinto más auténtico, al de que somos seres sociales que dependen unos de otros, que viven en continua conexión energética.

La energía que fluye entre seres que sienten feeling es de una extrema sinceridad, de una ingenua y desbordante transparencia. Encontramos en el otro aquello que nos llena, aquello que nos induce a ser felices. Encontramos aquella complicidad que nos invita a estar presentes en cada encuentro, en cada pensamiento.

Cuando sentimos feeling podemos creernos afortunados, somos queridos y respetados, por nosotros y por el otro. Nos sentimos reconocidos por lo que somos, no por lo que tenemos o hacemos. El feeling reconoce nuestra grandeza por ser, sin más.

Como todo en la vida, la medida está en nosotros, si ansiamos feeling con muchas personas es que estamos en demanda de energía o de amor, el que no nos damos a nosotros mismos y que anhelamos de los demás.

Si nuestra capacidad de sentir feeling es con unas pocas personas, será de calidad y auténtico, no habrá demanda, habrá oferta de energía, que será devuelta por esa magia que producen las emociones bien gestionadas, bien llevadas.

¿Te produce feeling este post?

Dedicado con estima a Berta Gómez.

Foto: Piscilla Du Preez. Unsplash.

Sin poder despedir a nuestros difuntos

despedidas muerte coronavirus

Con motivo de la pandemia del coronavirus y el consecuente confinamiento, estamos perdiendo seres queridos de los cuales no tenemos oportunidad de despedirnos. Realmente, se trata de un auténtico drama que está afectando a muchas familias. Y es que ¿es necesario para nosotros despedirnos? ¿Podemos hacer un duelo sin despedida? ¿Cómo gestionamos la pérdida en esta situación tan dramática?

Todos hemos sufrido esta adversidad o conocemos a alguien que la está viviendo.

Perder a alguien por culpa del coronavirus es una experiencia dolorosa y traumática, porque de golpe no solo perdemos a un ser querido, sino que además lo hacemos sin la necesaria visión de la realidad. Es como un engaño, como un siniestro truco de magia. Desaparecen sin saber dónde está el cuerpo, como ha pasado en mi propia familia. Estuvimos 48 horas sin saber dónde descansaba el cuerpo de la difunta.

La primera fase de una pérdida de un duelo es, sin duda, la negación: nos cuesta admitir la pérdida. Confundimos nuestra necesidad emocional, con la realidad de un hecho consumado. Nos negamos a creer que es cierto aquello que tanto nos duele, nos negamos a aceptar la pérdida, por el dolor que nos supone y se incrementa por el miedo subconsciente que la pérdida también implique olvido.

Esta fase se vuelve más dolorosa en los casos de nuestros muertos por coronavirus que desaparecen de nuestras vidas de forma súbita, sin poder despedirnos, sin poder enterrarlos, sin poder hacer las paces, sin reconciliación. Lo único real es el vacío. Es una sensación de irrealidad, como si de una ficción se tratara. Hay una profunda contradicción entre lo que sentimos y aquello que el consciente nos dice.

La consecuencia de todo esto es más dolor emocional y más retraso en la gestión del duelo. Es claramente una dificultad no deseada en ningún caso. Las pérdidas por coronavirus se asemejan a las pérdidas por accidentes cuando nuestros seres queridos se van sin más, como si la vida tuviera prisa en llevárselos, como si la vida no fuera tiempo, como si la vida dejase de existir.

En muchos casos aparece un sentimiento de culpa en los familiares, que se dicen, inconscientemente, a sí mismos que deberían haber llegado a tiempo, que tendrían que estar allí. La mente les juega malas pasadas especulando sobre cuál hubiese sido la manera de despedirse, de evitar el vacío emocional que supone no tener la oportunidad de un último adiós.

¿Qué hacer pues en esta situación de pérdida súbita?

Cada duelo es único, cada uno de nosotros tiene una relación exclusiva con el difunto. Po lo tanto, aceptar que esto es así nos ayudará a no compararnos con otras personas que lo llevan de otra manera.

La tristeza que sentimos nos puede ayudar a buscar apoyo en otros familiares y amigos que mantengan serenidad ante el suceso, que no agraven nuestro dolor. Acercarse a quien está peor que nosotros no ayudará en absoluto.

Hay que darse tiempo, es un proceso. No podemos superar la situación si nos exigimos hacerlo en un tiempo concreto. No es un objetivo superar el duelo, es una experiencia para ser vivida. Volver a nuestros hábitos nos ofrece ese tiempo que necesitamos.

Es sano buscar ayuda profesional para superar este momento. Y ojo también con lo que nos decimos, que va a determinar nuestro estado emocional. Mientras, nos ayudará escribirle una carta a modo de despedida a esa persona que se ha ido o grabarle un video aunque no podamos enviárselo ya que nos lo enviaremos a nosotros mismos.

 

Foto: Alex Baber. Unsplash.