Con motivo de la pandemia del coronavirus y el consecuente confinamiento, estamos perdiendo seres queridos de los cuales no tenemos oportunidad de despedirnos. Realmente, se trata de un auténtico drama que está afectando a muchas familias. Y es que ¿es necesario para nosotros despedirnos? ¿Podemos hacer un duelo sin despedida? ¿Cómo gestionamos la pérdida en esta situación tan dramática?

Todos hemos sufrido esta adversidad o conocemos a alguien que la está viviendo.

Perder a alguien por culpa del coronavirus es una experiencia dolorosa y traumática, porque de golpe no solo perdemos a un ser querido, sino que además lo hacemos sin la necesaria visión de la realidad. Es como un engaño, como un siniestro truco de magia. Desaparecen sin saber dónde está el cuerpo, como ha pasado en mi propia familia. Estuvimos 48 horas sin saber dónde descansaba el cuerpo de la difunta.

La primera fase de una pérdida de un duelo es, sin duda, la negación: nos cuesta admitir la pérdida. Confundimos nuestra necesidad emocional, con la realidad de un hecho consumado. Nos negamos a creer que es cierto aquello que tanto nos duele, nos negamos a aceptar la pérdida, por el dolor que nos supone y se incrementa por el miedo subconsciente que la pérdida también implique olvido.

Esta fase se vuelve más dolorosa en los casos de nuestros muertos por coronavirus que desaparecen de nuestras vidas de forma súbita, sin poder despedirnos, sin poder enterrarlos, sin poder hacer las paces, sin reconciliación. Lo único real es el vacío. Es una sensación de irrealidad, como si de una ficción se tratara. Hay una profunda contradicción entre lo que sentimos y aquello que el consciente nos dice.

La consecuencia de todo esto es más dolor emocional y más retraso en la gestión del duelo. Es claramente una dificultad no deseada en ningún caso. Las pérdidas por coronavirus se asemejan a las pérdidas por accidentes cuando nuestros seres queridos se van sin más, como si la vida tuviera prisa en llevárselos, como si la vida no fuera tiempo, como si la vida dejase de existir.

En muchos casos aparece un sentimiento de culpa en los familiares, que se dicen, inconscientemente, a sí mismos que deberían haber llegado a tiempo, que tendrían que estar allí. La mente les juega malas pasadas especulando sobre cuál hubiese sido la manera de despedirse, de evitar el vacío emocional que supone no tener la oportunidad de un último adiós.

¿Qué hacer pues en esta situación de pérdida súbita?

Cada duelo es único, cada uno de nosotros tiene una relación exclusiva con el difunto. Po lo tanto, aceptar que esto es así nos ayudará a no compararnos con otras personas que lo llevan de otra manera.

La tristeza que sentimos nos puede ayudar a buscar apoyo en otros familiares y amigos que mantengan serenidad ante el suceso, que no agraven nuestro dolor. Acercarse a quien está peor que nosotros no ayudará en absoluto.

Hay que darse tiempo, es un proceso. No podemos superar la situación si nos exigimos hacerlo en un tiempo concreto. No es un objetivo superar el duelo, es una experiencia para ser vivida. Volver a nuestros hábitos nos ofrece ese tiempo que necesitamos.

Es sano buscar ayuda profesional para superar este momento. Y ojo también con lo que nos decimos, que va a determinar nuestro estado emocional. Mientras, nos ayudará escribirle una carta a modo de despedida a esa persona que se ha ido o grabarle un video aunque no podamos enviárselo ya que nos lo enviaremos a nosotros mismos.

 

Foto: Alex Baber. Unsplash.

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