Mi relación más espiritual

De mi madre aprendí su bondad, su generosidad y su enorme predisposición a ayudar a los demás. Ella fue quien me enseñó a querer, la que me acompañó en mis momentos de dolor hasta mi adolescencia. Con los años volvimos a encontrarnos, volvimos a compartir emociones. Me unía a ella un profundo lazo de afecto y amor incondicional. La admiraba por su humildad y sencillez, por su manera fácil de vivir.

De pequeño me superprotegía, nací asmático y con polidactilia, y eso a ella la marcó mucho. También era mi refugio ante las desavenencias con mi padre, con el cual nunca me llevé bien. Yo había salido a mi madre, escogí ser más parecido a ella que a mi padre.

Quizás porque ella siempre quiso tener una hija (somos tres varones), aprendí pronto a cocinar y a hacer las tareas del hogar. Me enseñó pronto a ser independiente, ¡qué gran regalo! Cariñosa, dulce y siempre dispuesta a escucharme y a empatizar con mis causas y lealtades.

La recuerdo perfectamente, estando en La Garrotxa, como al inicio de mis acompañamientos siempre me decía: Xanos, ¡tú sigue, yo estoy contigo! ¡Cuánto apreciaba yo esas palabras!

En mi proceso de mejora personal trabajé el impacto que tuvo en mí su sobreprotección cuando era pequeño y la superé. Como también el perdonarme por la relación con mi padre y, por fin, entenderle, comprenderle y aceptarle sin juicio. Hoy son relaciones sanadas y cuando pienso en ellos les doy las gracias por todo lo que me dieron.

A mi madre tuve la fortuna de acompañarla hasta su última expiración. Había ingresado justo un mes antes con un pronóstico duro, metástasis. Sabía que no saldría viva del hospital y que le quedaba poco. Por lo tanto, me puse a ofrecerle todo mi arte.

Hicimos clases en su habitación. Ella sabía que tenía cáncer, aunque no era consciente de su gravedad extrema y temía por la quimioterapia y por esa grieta llegué a ella. Trabajamos sus miedos, sus vulnerabilidades. Eso me permitió experimentar, una vez más, su grandeza, su fortaleza nacida de su humildad. ¡Qué grande, Pilar!

El día de su muerte, estaba yo por la mañana en la radio. Tenía programa a las 9,30h y pedí cambiar el guión para poder dedicárselo a mi madre y a su cuñada, que tanto la ayudó durante la muerte de mi padre y con quién tenía una sincera y auténtica amistad de años.

Me vino a ayudar mi intuición. De repente dejé la radio y me fui al hospital, estaba empezando su profunda agonía. Estuve más de tres horas con mis manos en su cara recuperándola cada vez que le faltaba aliento, hasta que tuvo el último… ¡Qué honor!

Había muerto el día de mi santo como para que no olvidase que mi nombre oficial, Alejandro*, que me lo puso ella hace 62 años luchando contra viento y marea de las costumbres de esa sociedad casposa de entonces. Aunque ella siempre me llamó Xanos, quiso morir ese día como para recordarme que siempre sería mi querida madre.

¡Gracias por todo, gracias por tanto!

*(Alejandro su apodo habitual es Jano y de ahí derivó siendo yo muy niño en Xanos)

¿Has tenido ya tu primera revelación?

revelaciones
Llamamos revelaciones o descubrimientos al hecho que, en un momento dado -cómo cuando la tiza que ayer todavía estaba mojada y de golpe por la mañana se ha secado-, se nos hace patente y evidente que hemos tomado conciencia de alguna nueva comprensión. Nos damos cuenta que aquello que entendíamos, ahora lo comprendemos con más profundidad con más clarividencia. Cuando experimentamos una revelación o descubrimiento nos sentimos felices por el progreso que sentimos en nosotros y también por la nueva perspectiva que ya intuimos. Es muy parecido, de hecho, a cuando de pequeños hacemos los primeros adelantos en el descubrimiento de los límites. ¿Verdad que de repente un día entiendes perfectamente para qué servía un conocimiento adquirido de pequeño? Pues, esto es una revelación. Las revelaciones y los descubrimientos son pasos que vamos haciendo en el aprendizaje. Por encima de todo, nos indican que vamos muy encaminados, que estamos creciendo y que este crecimiento lo vayamos integrante.
Ellas mismas eligen el momento adecuado para aparecer, para hacerse evidentes. Y es siempre el mejor momento para cada uno de nosotros. Nunca es casual.

¿Podemos hacer algo para tener más revelaciones o descubrimientos?

No directamente, sí con nuestro trabajo constante. Y es que cuanto más constancia en el autoconocimiento, más oportunidades llegarán a nosotros. También, además de constancia, más «preparados» estarán los mecanismos de integración del conocimiento adquirido.
Los caminos neuronales del cerebro están más experimentados por las personas perseverantes.
Es como la suerte. Tenemos más suerte si trabajamos más. La suerte es directamente proporcional a la implicación, a una implicación sin exigencia. A la implicación preferente. Las revelaciones o descubrimientos nos avisan que el nuevo conocimiento es coherente respeto los valores, la educación y la moralidad adquirida anteriormente y que nos enriquece para superarnos. Así pues, cuando tengo la primera revelación o descubrimiento, vendrán otras en el momento más adecuado y de manera sutil. Son silenciosas como las esencias y discretas como las almas que ayudan a crecer. Serán nuevas experiencias o nos ayudarán a profundizar en las anteriores, pero siempre existirán. Nos sentimos pletóricos al percibir una revelación o descubrimiento, llenos de alegría interna, de satisfacción por el camino emprendido y entusiasmados de percibir que empezamos a entender de qué va esto de la vida. Una revelación revela al revelado.

Cuando el cáncer llamó a mi puerta

cáncer

A primeros de marzo de 2019 me comunican que tengo cáncer de vejiga. Agresivo, frío. Pide urgencia en ser extirpado. El tabaco es la causa… En el momento del diagnóstico, hace más de 12 años que dejé el tabaquismo, que abandoné ese hábito que sustenta la baja autoestima. Pero por lo visto, sus consecuencias aún me persiguen.
La manera en la que me informan de la gravedad de la situación fue poco asertiva. Salgo de la visita con dudas, siento miedo y me pregunto: ¿Por qué precisamente ahora?, ¿qué me está diciendo esta dificultad?
Ya en el coche de camino a casa, mi pareja que siente también miedo me pregunta: “Xanos, ¿y ahora qué?”. Le respondo: “Dame media hora, voy a buscar mi centro, mis herramientas”.
Al rato, llamo a mi hija y hermanos, y a los componentes del equipo del proyecto. Les cuento la situación y les digo a todos ellos: «No sufráis, porque yo no sufro. Estoy tranquilo y sereno y así será todo el tiempo. Ya he tomado mi decisión: El cáncer no va a poder conmigo, tengo demasiadas cosas importantes por hacer, me quedan muchas personas aún por ayudar, me queda mucho por vivir».
Tomo consciencia de que lo único que puedo hacer por mí es llegar al quirófano sereno, con el cuerpo y el alma en la mejor disposición para que la cirugía haga su magia.

¿Y cómo lo hago para mantenerme sereno?

Pues aplico un conocimiento que ya hace años –desde el inicio de mi propio proceso de mejora personal– que tengo y que ha llegado su momento de máxima utilidad: El cerebro utiliza exactamente los mismos caminos neuronales para el miedo que para la confianza. Eso hace que estar en miedo o confianza dependa de uno mismo. Por lo tanto, tomé la decisión de instalarme en la más absoluta confianza en mí, en la vida, en la ciencia, en los cirujanos y en el hospital donde me operaran.
Alguien se dirá: “Pero que tú decidas que el cáncer no va a poder contigo no quiere decir que no pueda”. Le respondo: “Es cierto, pero sólo puedo aportar a la situación mi positiva actitud, mi serenidad y mis ganas de vivir de manera que toda la química del cuerpo la pongo en favor de mi recuperación”. Si el cáncer hubiese podido conmigo, me hubiese ido en paz por haber hecho lo mejor posible en cada momento. ¿Te parece poco irse en paz?
La operación de 14 horas llegó cinco meses y dos aplazamientos después. Llegué profundamente sereno al quirófano, salí profundamente sereno y sigo profundamente sereno. Conseguí mi propósito, me sentí satisfecho y feliz. Me sentí pleno, en total sintonía con la vida y conectado al universo. Mis herramientas funcionan, mi labor sigue, ¡Mi misión es más relevante que nunca!
El cáncer ha supuesto un incremento claro de mi ya trabajado nivel de conciencia a través de mi proceso personal y los acompañamientos que ya hace siete años que imparto. Lo viví como una prueba que me ponía la vida para crecer, porque estaba preparado para superarla y de mí dependía cómo y dónde posicionarme para que fuese crecimiento y no hundimiento.
Está en nuestras manos, es nuestra suma dignidad, decidir cómo afrontamos las situaciones que la vida nos va trayendo. ¡Tú también puedes hacerlo así! ¡Todos podemos!
Un fragmento del escrito que mandé a mi pareja el día antes de la operación:
“Gracias por tu acompañamiento de estos meses de espera, me han ayudado mucho. Estoy contento siendo plenamente conscientes de la situación, hemos sabido vivirla con serenidad y armonía, hemos aprovechado para crecer y no para quejarnos.
Al llegar al quirófano empieza la recuperación. Mañana empieza una nueva etapa marcada por el respeto, la estima y por seguir ayudando a los demás con nuevos retos y sueños, con cambios que la vida seguro que nos traerá, que los aceptaremos con naturalidad y sabiduría.
Nueva etapa de más autenticidad, de más nivel de conciencia. Por lo tanto, de más autoconocimiento y aprendizaje, de más humildad y perseverancia, adaptándonos.
Sabes que estoy profundamente sereno, recuérdalo en las horas siguientes y procura hacerlo llegar a todas las personas de nuestro entorno.
¡Nos vemos a la salida!”

Mi polidactilia: ¿Complejo u oportunidad?

polidactilia

En diciembre de 1958, cuando nací, mis padres sufrieron mucho. No solamente nací asmático, sino que lo hice con una curiosa y definida polidactilia en mi mano derecha, precisamente, siendo diestro como soy. Mis padres consultaron con todas las personas con las que tenían confianza para buscar una respuesta a esta situación.

Por un lado, en momento tan prematuro, no sabían si me producía dolor mi pulgar derecho, tampoco si me impediría desarrollarme con naturalidad. Y, por el otro, su dolor, su culpa –especialmente, de mi madre– de sentirse mal por haber dado vida a un ser “diferente”.

El caso es que, me explicaron años después, tras darse cuenta de que no había queja alguna de mi parte, supieron que yo no sentía dolor alguno y fueron constatando que no me impedía ningún tipo de actividad. Quedaba, pues, la decisión estética que la relacionaron, muy acertadamente, con la posibilidad de sufrir algún complejo que marcase mi infancia y, por lo tanto, mi vida pudiese ser alterada por el trauma que supone una diferenciación física.

El caso es que decidieron no intervenir a no ser que yo adquiriera complejo por la enorme visibilidad que tiene mi diferencia física. En aquellos años la cirugía estética estaba muy lejos de la actual y tomaron conciencia del riesgo que suponía que una operación no exitosa pudiese, entonces sí, impedir mi desarrollo funcional con normalidad.

Siempre interpreté mi polidactilia como una oportunidad: de destacar, de ser querido, incluso, de llamar la atención. Jamás proyecté pena sino, al contrario, compartía en la escuela y en cualquier ámbito mi diferenciación.

De niño y joven me apodaron “el 6 dedos” y yo siempre que tenía oportunidad chasqueaba con alegría ambos manos para acabar mostrando mi mano derecha a modo de distinción. De adulto, siendo comercial, aprendí pronto a sacarle rédito.

Al ser la mano diestra la que ofrezco en los apretones de manos, queda en la parte superior siempre del encaje, por lo tanto, me era fácil hacerle ver a mi interlocutor mi diferenciación, diciendo algo así como: “Se habrá dado cuenta de que tengo un dedo más”, entonces chasqueaba mi curioso pulgar y le hacía ver que seguro no conocía a nadie más con esta característica, siendo el resultado siempre la sorpresa de quién había compartido el apretón de manos y la consecuente alusión a mi diferenciación que hacía para el más atractiva nuestra relación. ¡Así no iba a olvidarme fácilmente!

En mis relaciones personales, especialmente de adolescente, huelga decir el uso, incluso abusivo, que hice de mi polidactilia. ¡Mejor no entrar en detalles! 😉

Mis creencias siempre fueron alrededor de esta: “Tengo un rasgo físico que me diferencia, ¡qué bien!» La pregunta es: ¿Hubiese podido marcarme de por vida esta característica?

Es evidente que sí, que de no ser por mi optimismo y mi manera vital de ver la vida –que continúa siendo así–hubiese podido entrar en bucles de victimismo y sufrimiento, culpando a mis padres y a la vida de esta situación. No ha sido nunca así, hoy con 62 años podría fácilmente someterme a una intervención y en pocos días que mi mano derecha se asemejase profundamente a mi mano izquierda y jamás he tomado esa decisión ni la tomaré. Mi polidactilia forma parte de mí, mi creencia sigue siendo la misma, no hay motivo para cambiarla, he sido siempre feliz con ella, ha sido una enorme oportunidad. ¡¡Gracias naturaleza!!