Crecemos en una cultura que tiene, al menos, dos importantes creencias irracionales y, por lo tanto, limitantes: Una es “no puedo” –en realidad nos dicen: tú no puedes– y la otra es “no merezco” –en realidad nos dicen: tú no lo mereces–. 

Nos las inculcan desde bien pequeños, influenciados por sus propias experiencias emocionales, heredadas ancestralmente. Nos las acercan como una manera de que no seamos más de lo que ellos encuentran que sería insostenible para su baja autoestima. Por lo tanto, que no seamos aquello que ellos no supieron ser.

Esos comportamientos pretenden que seamos aliados de su bajo nivel de conciencia y no confrontadores del mismo. En todo esto hay mucho de inconsciente, hay mucho victimismo y también mucha culpa arrastrada por generaciones. Se sienten víctimas de no haber tenido una vida plena, se sienten culpables de no haber sido más felices… Repito: hay mucho de inconsciente.

Nadie es culpable. Nadie en el victimismo encontrará su bienestar. 

Lo que mejor educa es el ejemplo. Y temerosos de una realidad que no sabrían afrontar nos educan en el “no puedes, no mereces”.

Y ello nos lleva a que las actuales generaciones, que están empezando en el despertar de su conciencia, en muchos casos, quieran soltar estas inmensas mochilas que no les pertenecen pero que sí acarrean. Y les cuesta porque está todo muy enquistado.

Nos conviene, pues, aprender a poder y a merecer. Nos irá bien aprender a recibir y no solo a dar. Nos corresponde aprender a pedir sin culpa ni deuda.

Nos ayudará aprender a sentirnos con derecho de ser quienes somos, en todo su esplendor, sin desmerecimientos ni trabas emocionales.

Estos aprendizajes se pueden hacer desde el cambio de creencias y lo facilita, enormemente, la práctica del recibir, del pedir y del decir, en nuestro diálogo interno, que todo lo anterior es una interpretación y que tenemos el derecho –a mi entender, desde la responsabilidad de la propia vida emocional, también el deber– de dejar atrás, de desvincularnos de estas creencias que nos condicionan y que impiden una vida de reciprocidad.

Reciprocidad tan escasa como necesaria, tan útil y sensata como desconocida.

¿Quieres sentirte bien contigo mismo?

Pues, cuestiónate si sientes por ti lo que te mereces, si sientes por ti que puedes con tu vida, si sientes por ti que quieres una reciprocidad que también estás dispuesto a ofrecer.

Porque, tomemos conciencia, cuando no nos atrevemos a pedir honestamente, cuando no nos atrevemos a merecer y cuando no nos atrevemos a querer poder, estamos situándonos en las relaciones de desigualdad, de sumisión y de dependencia. O, incluso, algunos para esconder esas condiciones se volverán agresivos, perdiendo así el norte de su bienestar y sin conciencia del daño al entorno tampoco.

¿Qué te hace pensar que no puedes o que no te lo mereces?

Dedicado con aprecio a Clara Beltrà

Entradas recomendadas

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario