La expectativa es la trampa que planta el ego para sufrir decepción. El dolor emocional es opcional. Es decir, a pesar de sentir profunda decepción puedo elegir cómo sentirme: si culpar a otro o a mí mismo o bien si seguir manteniendo la expectativa o retirándola.

Te libero, me libero. Así se sale de la expectativa que hemos puesto en otro y que tiene que ver con nuestra necesidad neurótica de control sobre alguien.

Nos decepcionamos cuando otros no cumplen nuestras expectativas. Pero es que son las nuestras y no, las de ellos. Cada uno, si así lo quiere, puede cumplir sus propias expectativas. Pero eso de asignarles a otros nuestras expectativas con excusas tan banales como “es por su bien”, “si hiciese lo que le digo, sería mejor” o “con lo fácil que se lo pongo”, solo lleva a esperar, inútilmente, que otro cumpla con nuestro deseo, sin tener en cuenta que no es el deseo del otro. Estas y otras muchas argucias de nuestro ego actúan como detonantes de profundas decepciones.

Solo somos responsables de nuestro comportamiento, de ningún otro. Y, además, debemos procurar no interferir en el crecimiento de los demás, pretendiendo que otros cumplan con nuestras frustraciones o carencias, dirigiendo sus comportamientos. El caso es que nos cuesta mucho reconocer las expectativas que nosotros ponemos en otros porque las proyectamos con tanta ingenuidad como imperativamente.

¿Qué es una expectativa pues?

Es aquello que esperamos de los demás, de una manera unilateral, tanto si se las comunicamos como si no lo hacemos. Hay quien le dice a sus hijos constantemente qué espera de ellos, cuál es su expectativa a cambio de ser aprobado y querido. Y esa manifiesta expectativa, normalmente, es como una culpa que arrastra el hijo que no se atreve a defraudar. El peso es insoportable.

Y hay quien no comunica su expectativa sobre su hijo/a, pero el deseo que se cumpla gobierna todas las interacciones. Se vive desde el parámetro de que un hijo o hija debe cumplir con la ilusión, con la frustración de algunos de los padres, o de ambos. Qué manera de cortarles las alas, de condicionarles injustamente y de mantenerles en vilo constantemente por el miedo que sienten a defraudar a esos padres que no escuchan, solo hablan.

Poner expectativas en otros es como otorgarnos el papel de salvador de alguien, porque la coletilla de la expectativa es siempre: es por su beneficio o interés. Cuando, claramente, es sólo nuestro. Nadie necesita salvadores. Quién necesita ayuda u otra opinión ya la pide. Tratar a los demás con respeto, de tú a tú, aceptando a todo el mundo como es, es una forma sana de permitir a todo el mundo hacer con su vida lo que crea oportuno, sin imposiciones ya que es su vida.

Una expectativa es una mala pasada que le hacemos a la relación, le cargamos con una mochila solo necesaria para nosotros, y lo hacemos injustamente. Esta relación no durará con el tiempo o se deteriorará irreversiblemente porque no es sana, está condenada al fracaso por responsabilidad nuestra porque un día decidimos que otra persona debía llenar nuestros vacíos.

Mejor nos responsabilizamos de aquello que está en nuestros manos. Si queremos algo de alguien, le pedimos su opinión. Si acaso, le motivamos pero siempre sin condicionantes a cumplir, sin objetivos nuestros y entendiendo que no son los demás quienes deben cumplir nuestros sueños. Somos cada uno de nosotros. 

 

Foto: Mag Pole. Unsplash.

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