La envidia es un continuo estado de alerta y comparación con otros. No quiere solo lo que tú tienes, directamente quiere que no lo tengas. Confiar salir bien parado de las comparaciones constantes y neuróticas es casi una utopía.

Los que sienten envidia se comparan y, al final, siempre pierden. Nunca ganan. No emiten comparación para ganar sino para afianzar su sufrimiento, para darse la razón desde su perspectiva de víctima.

Al compararse con otros, la persona envidiosa siempre se ve peor, menos feliz, con menos posibilidades y menos válida. Para compensar su sufrimiento, en los peores casos, busca excusas para paliar el profundo dolor emocional, diciéndose que los demás no la entienden porque es diferente y, sobre todo, especial.

El insufrible padecimiento emocional que provoca la envidia aleja de la realidad a las personas que la sienten continuamente. Crean un mundo de insinceridad, de imaginación alrededor de ideas desacertadas y de derechos otorgados por uno mismo y justificados diciéndose que la vida, al dotarles de tan baja autoestima, les ha tratado mal.

Piensan que la vida les debe una porque no se ven capaces de superar la carencia que sienten, porque no se aceptan, no se gustan y culpan a la vida y a los demás. Cuando lo que deberían hacer es responsabilizarse de su vida y sus cualidades optimizando sus mejores habilidades, admitiendo las mejorables y, sobre todo, mirándose en su espejo y no, en otros. A menudo el sufrimiento también les invade con pensamientos vengativos. Sueñan con un día tener el poder para humillar a todos aquellos que han rechazado sus comportamientos envidiosos.

A la persona envidiosa le cuesta mucho verse desde fuera. Son grandes conocedores de sí mismos pero sin ánimo de cambiar, sino de perpetuar su comparativa. Buscan provocar la pena en los demás porque piensan que, de esta forma, recibirán lo que les falta.

La envidia a menudo produce rechazo. No, de la persona sino de la conducta que sostiene: A esa manera de hacer tan peculiar que emite juicios constantes y hace sentirse observado por los demás.

Sin darse cuenta, las personas envidiosas agreden a los demás con la intención de rebajarles para, ni que sea por un momento, sentirse en igualdad de plano y de condiciones. Ese comportamiento agresivo dificulta las relaciones sanas ya que se percibe como un ataque a la esencia de uno mismo. Es como una lanza punzante que te clavan por un instante.

Por otro lado, la vergüenza es mirar dentro de uno mismo y no gustarse. Y, además, hacer todo lo posible para que fuera no vean lo que uno ve dentro y evitar a toda costa que no salga eso que uno mismo percibe como tan vergonzoso.

Esa vergüenza, las personas envidiosas la sienten a menudo. No se gustan y el hecho de seguir comparándose buscando un día gustarse por compararse con alguien peor, hace que se sientan muy avergonzadas. Y esta conducta, al final, perpetúa la envidia. Es un bucle.

Todo final es fruto de un inicio. La envidia a menudo lleva a lo insufrible, a un ego de altos vuelos con unas conductas difícilmente asumibles por el entorno. La envidia es superable, es sanable pero se necesita decisión, valor y coraje para enfrentarse al mundo sin decirse que se es menos, que la vida les trata con inferioridad, que los demás son mejores.

Si sientes envidia, empieza por aceptarla. Procura no querer superar a los demás y busca superarte a ti mismo. No te falta nada, solo lo has interpretado así.

 

Foto: Artem Beliakin. Unsplash.

Entradas recomendadas

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario