Albert Einstein decía “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: La voluntad”. Y es que veía cómo de valiosa y transformadora es la fuerza de voluntad, el empeño, las ganas….

Así vi yo, por primera vez, a la abuela Lluïsa, cuando en uno de nuestros habituales paseos de fin de semana, me abordó. A sus 72 años tenía muchas preguntas a las que buscaba respuestas. Especialmente después de la muerte de su marido, hacía ya más de 2 años. Y aunque cada día estaba peor, ahí seguía caminando cada día, sin faltar uno sólo. Aunque doliese la artrosis, aunque doliese el alma.

La escuché, procuré que lo supiese, empaticé tanto como supe en ese momento, le reiteré sus dudas para que viese que la entendía y desde la perspectiva que da el respeto puse en marcha mis conocimientos, habilidades comunicativas y pasión por ayudar a los demás. Recuerdo, le pedí permiso para compartirlas con ella y le dije que creía poder darle algunas explicaciones, pero que quería asegurarme de que realmente ella las quería. Clavó el bastón en la tierra y dijo: “Sí, quiero que me diga lo que usted piensa.”. Y, claro, se lo dije.

Le dije que pensaba que no había superado aún el dolor emocional por la muerte de su marido, que pensaba que ella no entendía el porqué la vida le parecía tan injusta, que fue todo tan rápido que no tuvo tiempo, que ella pensaba aún que podía haber hecho más… También que, al bajar la guardia emocional, el cuerpo había aprovechado para manifestar su dolor en forma de diversas enfermedades.

Nos pusimos a trabajar la TREC (terapia racional emotiva conductual), que yo había aprendido –y todavía aprendo– cuando seguí y superé mi proceso de ansiedad, de la mano de Albert Ellis, y guiado por el famoso psicólogo experto en psicología cognitiva y amigo Rafael Santandreu.

Mi mayor duda era si en sólo nuestros paseos, sin más armas que los dibujos hechos en el suelo, los escritos que me preparaba en mi Iphone, mi oratoria y mi capacidad persuasiva serían suficientes para ayudarla. Siempre tengo en mente que puedo, que sé que puedo, pero esta vez el reto no era fácil. Pero no contaba yo con ella… Con su entereza y dignidad, con su compañerismo, con su complicidad y confianza plena en mí.

Durante todo el proceso que hicimos durante 13 meses, tratamos cada tema con cariño, pero insistiendo día tras día. Por la noche, la abuela Lluïsa, cuando se acostaba, recordaba todo lo que habíamos comentado, iba asumiendo los conocimientos y el cambio de paradigma, que supone aprender a aceptar incondicionalmente a sí misma, su situación y la vida, pilares básicos de la TREC.

Al final del verano, Lluïsa quiso celebrar su clara mejoría emocional junto a sus hermanos Dolores y Miguel con coca y cava en una fuente cercana. Fue un ritual de manifestación de su clara mejoría porque se reafirmó incondicionalmente al compartirlo con su familia. Así que decidí escribirle una carta y regalársela para que no olvidara el poderoso proceso que había hecho y que yo había tenido el privilegio de acompañar. Una carta que aún guarda su hermana como un tesoro de la fortaleza de su hermana Lluïsa.

Ella fue mi primer acompañamiento y con ella descubrí mi verdadero propósito: Ayudar a los demás a conseguir el bienestar emocional que tanto desean. Mi mayor respeto por quién busca ayuda cuando la necesita, porque no se engañan, ni a ellos ni a su entorno, porque facilitan la oportunidad de ser felices todos.

 

Foto: Sebastian Unrau. Unsplash.

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