La compasión, hija del perdón. Con perdón me refiero a que nos hemos perdonado a nosotros mismos, porque a los demás no hay nada que perdonarles, sólo hay que comprender…
Cuando ya nos decidimos no juzgar a los otros nos damos cuenta que no es perdón lo que les ofrecemos, es percibirlos, comprenderlos y aceptarlos amorosamente allá donde estén, independientemente de en que estadio del camino de la esencia estén.
Desde este paradigma y con la perspectiva de “hacer lo mejor que puedo en cada momento”, es cuando nos compadecemos, estaría bien hacerlo para dar una respuesta que ayude, o que, al menos, no haga más daño.
Compadecernos quiere decir que siento como se siente, que empatizo profundamente con él, pero no implica necesariamente, que le ofrezca aquello que él piensa que necesita de mí, si no aquello que siento le puedo aportar.
A menudo pienso que si las personas, estamos donde estamos es porque hemos hecho las cosas de una determinada manera, por eso mismo procuro, cuando me compadezco, ofrecerles, desde donde yo estoy, aquello que les pueda hacer crecer, no aquello que les mantendrá donde están.
Compadecer no tiene que ser una manera de automanipularme, tendría que ser una manera de querer, de aceptar incondicionalmente.