Las culpas y los miedos son las dos caras de una misma moneda
Cuando sentimos culpa, nos invade el miedo. Miedo a la no aprobación de los otros, miedo al juicio sobre nuestra conducta, miedo al rechazo, al ridículo, al no, a perder o al fracaso. Y cuando sentimos miedo nos hacemos culpables de nuestra inseguridad, de nuestra flaqueza y vulnerabilidad. Miedo de nuestro miedo, también a lo desconocido y sobre todo a lo terrible. Por lo tanto, aparentemente, tenemos una moneda de dos caras que parecen la misma.
En cuanto a la culpa tenemos dos alternativas claras y será nuestro grado de madurez emocional que decide dónde vamos: si a la responsabilidad o al victimismo. Si en ese momento que nos sentimos culpables nos preguntamos: ¿Qué puedo hacer para mejorar esta situación que me hace sentir culpable? Nos estaremos responsabilizando y no permitiremos a nuestro ego se salga con la suya y, por lo tanto, dejaremos de sufrir. Esta decisión nos llevará sin duda a mejorar la situación, a resolver el conflicto y restaurar la paz emocional.
La otra alternativa, la más débil emocional y de más calado social desgraciadamente, es la decisión de ir a la victimización. Nos sentimos culpables por haber hecho algo mal y la victimización perpetúa esa culpa porque nos estamos diciendo que somos malos, que hemos obrado con egoísmo, irresponsablemente. Entramos en queja constante, refunfuñando y protestando y todo eso se vuelve contra nosotros, nos lleva directos a perpetuar el sufrimiento.
Además desde la victimización nos atrevemos a todo, con nosotros y también con el entorno. Nos culpamos y proyectamos esa culpa defensivamente en los demás. Les culpamos de nuestra culpa no resuelta por no responsabilizarnos.
Veamos la realidad:
Nos sentimos culpables, pero ¿somos culpables? La culpa no existe como tal, es una emoción interpretativa, socialmente muy instalada, pero que está basada en una creencia irracional: la de que merecemos la culpa porque hemos obrado mal, como si no fuésemos humanos que se equivocan. Nos han educado en el premio y el castigo, no en las simples consecuencias de nuestros actos.
Las consecuencias no emiten juicio, solo es lo que ocurre por sembrar de una u otra manera. La consecuencia de un mal acto no es insufrible, no nos hace malas personas. Somos buenas personas con malos comportamientos. Cuando hemos cometido un error, anhelamos el perdón de los demás. ¿Qué nos hace pensar que a los demás no les ocurre lo mismo?
Ya nos hemos quedado sin una cara de la moneda: ¡la culpa no existe!
El miedo es la emoción más primaria del ser humano. Al inicio se trataba de decidir si ante el peligro huíamos o nos enfrentábamos. Nos ha ayudado a la supervivencia como especie. Nos alerta del peligro, de los riesgos. Nos pone en guardia, nos previene para que preparemos nuestras habilidades para actuar de una u otra manera: huir o enfrentar.
Ese miedo ancestral, hoy, sólo tiene sentido en casos de extrema gravedad. No me refiero a ese miedo que sigue vigente en nosotros para ocasiones muy extremas. Me refiero a esos miedos que nos llevan al pasado que no podemos cambiar, o al futuro que aún no existe, a terribilizar situaciones que no son tan insoportables. Son mucho más racionales, pero nuestra mente tiende a ello, fruto de nuestras inseguridades y de la poca fortaleza emocional.
La cautela, la prudencia y el interés por las consecuencias de nuestros comportamientos son actitudes, derivadas del miedo, que no lo exageran y por tanto no nos invalida o bloquea. Esos miedos sobre el futuro que tanto nos hacen sufrir son exageraciones de nuestra mente porque nos estamos diciendo: si ocurre esto o aquello será terrible y no lo podré soportar. O en verbo pasado: porque ha ocurrido esto es terrible y no lo puedo soportar.
Si no pudiésemos soportarlo, estaríamos muertos. Si todo lo que nuestra mente exagera fuese tan terrible, el mundo sería insoportable. ¿Cuántas personas pasan tantas noches sin dormir por culpas y miedos sacados de quicio no racionalizados? Culpas y miedos que solo están en nuestra imaginación y que a medida que crece la exageración nos sentimos más y más pequeños.
Nos hemos quedado sin la segunda cara de la moneda.
Me pregunto: ¿Y sin las dos caras de la moneda, con qué compraremos a partir de ahora nuestro victimismo?
Foto: Verne Ho. Unsplash.