Se llamaba Not, un buen amigo de mí mismo

Not era un labrador, de pelo negro y tenía dos años cuando llegó a mi vida. Fue un regalo de mi hermano grande, a quien le estoy muy agradecido.

El primer día que entró en casa, todo él temblaba. Su cuerpo estaba paralizado y su cola escondida entre las patas traseras, mostraba duda y miedo de lo que estaba viviendo. Yo, en cambio, sentí una mezcla de emociones, como por ejemplo alegría, que me llevaba a acoger un nuevo amigo, y también bienestar y satisfacción, que se tradujeron al tener una buena predisposición y entusiasmo.

También sentí miedo (a no ser capaz, a no saber, a equivocarme…). En definitiva, a asumir una nueva responsabilidad. También ternura que me permitió estar conectado con aquel instante, sintiendo afecto, compasión y aprecio.

Estas emociones me llevaron a que la primera noche que Not pasó en casa, estuviera a su lado, acariciándolo, pendiente de su estado y de su respiración, dándole mi amor y confianza,

En poco tiempo, después de jugar con él, de sacarlo a pasear, de regarle una barra de pan, de hablarle y explicarle cómo había ido el día, establecimos un vínculo emocional profundo, una relación de lealtad mutua. Ahora puedo decir que fue mi mejor amigo. Nos teníamos confianza plena.

Not, hacía grandes todos los momentos.

Con él aprendí a vivir a otro ritmo, a vivir el presente con atención llena. ¡Not estaba y ya está!

Observarlo cómo se relacionaba conmigo, con los otros, con otros perros o cómo se comportaba cuando estaba solo, supuso un aprendizaje de como gestionar mis emociones. Sentirme acompañado cada día, verlo menear la cola, acercándose buscando mi afecto, esto me hacía sentir importante y también me ayudó a relativizar los días malos.

Aprendí también de su capacidad de perdonar y de olvidar de forma sincera y honesta, cuando lo reñía o cuando me olvidaba de cambiarle el agua. Él seguía mostrando su amor y alegría, y esto no tenía precio.

No hablaba, pero no hacía falta. ¡Nos comunicábamos perfectamente!

Me escuchaba con atención, sin juicios ni perjuicios. Compartir mis pensamientos con él me ayudó a aclarar las ideas y tomar decisiones.

Cuando sufrí de ansiedad y estrés de alto voltaje, me acompañó liberándome de las preocupaciones, de mis miedos y de mi aislamiento social. Cuando sentía que estaba en el abismo, el simple hecho de que estuviera, me hacía sonreír, calmarme y reducir mi estado de angustia. Fue un ejemplo de amor incondicional.

Not, también, me ayudó a entender e interiorizar los valores de la lealtad, de respeto, de responsabilidad, de gratitud, de humildad, de honestidad y de sensibilidad. Y a vivir con integridad.

Murió cuando tenía catorce años, estuve presente. Me despedí de él en paz. No le debía nada y él tampoco a mí.

Not forma parte de mi historia. Es una experiencia de vida única, un compañero en mi proceso de crecimiento personal y también en mi camino de ayudar a otros personas a crecer.

Él, como yo hoy, estaba sano. Por lo tanto, me pudo ayudar como yo hoy ayudo a otros.

Proyectar en los demás lo que no asumimos en nosotros

proyectar en los demás

Proyectar en los demás nuestro malestar. Cuando no somos capaces de asumir la propia responsabilidad, desbordados, culpamos, una y otra vez, a los demás de nuestras incapacidades o irresponsabilidades.

La falta de educación emocional nos conduce a culpar a otros de nuestras responsabilidades y, aunque sufriendo mucho por la propia decepción, por el resentimiento que nos queda y por la imposibilidad de dar solución madura a nuestro malestar, seguimos repitiendo este egóoico patrón cada vez que nos encontramos ante una situación interpretada como adversa.

Nos da pánico sentirnos responsables, asumir que somos nosotros los que podemos mejorar, que los demás no cambiarán porque se sientan culpables, que a la vez culpan a otros. Y así la proyección se convierte en una conducta social.

El error masivo se convierte en verdad y la inmadurez emocional en realidad social.

Sufrimos y, como respuesta, hacemos sufrir y queremos herir. Y, claro, salimos heridos.

Aún no hemos entendido que si hago daño a los demás, me hago daño a mí mismo. Algo tan sencillo y obvio, cuesta de entender porque estamos gobernados por el ego, porque no tenemos las riendas de nuestra vida emocional.

¿De qué sirve culpar a los demás?
¿A dónde nos lleva culparlos?
¿Es útil o práctico hacerlo?

Si analizamos estas 3 preguntas de tipo realista, filosófico y práctico nos daremos cuenta de que no mejora nada. Al contrario, empeoramos las relaciones volcando nuestros malestares, nuestras frustraciones.

¿Qué tienes dentro?

Los seres humanos somos como depósitos: Ofrecemos a los demás lo que tenemos dentro.

Así pues, si tenemos resentimiento, nuestras conductas estarán afectadas por este dolor. Si, en cambio, tenemos paz y alegría, todos nuestros comportamientos estarán regidos por estas emociones sanas y equilibradas.

Al proyectar culpa en los demás, la intencionalidad es la de liberarnos de un sentimiento que percibimos como frustrante y lo que queremos hacer, en realidad, es pedir ayuda para sostener todo lo que se nos hace insoportable. Y nos parece, en nuestra particular neura del momento, que tirando nuestras miserias al más cercano, seremos mágicamente liberados.

No nos damos cuenta que lo único que conseguimos atacando a los demás es obligar al otro a protegerse de nosotros y a defenderse ya que se siente, lógicamente, atacado por nuestra irresponsable conducta culpabilizadora.

¿Qué podemos hacer para mejorar estas situaciones?
Cuando sentimos la emoción de culpa es importante reconocerla como nuestra y no, de otro. Después, hay que aceptarla; es decir, hacerme cargo y sencillamente admitir que es la emoción que siento, que es mi realidad en ese momento. Finalmente con esta emoción de culpa lo que hacemos para liberarnos de verdad es responsabilizarnos y no culparnos o culpar a los demás.

Las creencias: Lo que nos hemos creído

creencias

Las creencias son interpretaciones que hemos hecho de la realidad. Son fruto de nuestro diálogo interno y condicionan nuestra manera de ser. Es obvio que si las creencias son interpretaciones, podemos crear nuevas interpretaciones. Es decir, construirnos creencias que nos mejoren la calidad de vida emocional y por lo tanto que nos conduzcan al equilibrio y a la paz interior.

Fíjate: los pensamientos generan emociones y éstas nuestros comportamientos. Un buen comportamiento supone mejora de autoestima. En cambio, un mal comportamiento, la empeora y la debilita.

Tenemos aproximadamente 70.000 pensamientos diarios, que no son otra cosa que propuestas del cerebro. Estos pensamientos filtrados por nuestras creencias generan las emociones que sentimos.

Si sentimos emociones sanas tendremos comportamientos equilibrados; y si sentimos emociones insanas (porque nuestras creencias no son las adecuadas), tendremos conductas de sufrimiento para nosotros y para los demás.

¿Qué hace que tengamos tendencia a tener un tipo u otro de creencias? Pues, las tendencias de nuestra personalidad.

La personalidad, la máscara es la herramienta del ego más potente. Es con lo que el ego nos condiciona más nuestra vida. La personalidad es la estrategia que biológicamente todos adoptamos siendo muy niños (6/7 años), y que será la misma a lo largo de toda la vida. La evolucionaremos o no, de eso dependerá que tengamos conductas maduras o inmaduras a lo largo del tiempo.

Todos conocemos personas mayores que se comportan como niños, constantemente pataletas, regañinas y maneras de hacer propias de un menor, no de un adulto. Se trata de personas que no han tenido –o quizás querido– madurar su personalidad y sufren enormemente porque tienen muy baja tolerancia a la frustración y porque se sienten siempre agredidos.

Desde la edad adulta es nuestra responsabilidad evolucionar nuestra personalidad y dejar de permitir que las creencias que arrastramos del entorno sigan influyendo en nuestra realidad.

Que nuestros hijos sufran por nuestro bajo nivel de autoconocimiento es nuestra voluntad, a menudo forjada por la poco que nos queremos y lo mucho que queremos aparentarlo. Es tu derecho y también tu deber aprender a conocerte, a descubrirte, a comprender porqué una y otra vez sigues sufriendo por las mismas creencias.

¿Vas a seguir sufriendo toda la vida por las mismas creencias sin cambiarlas?

Definitivamente sólo podemos cambiarnos a nosotros mismos, es la única aportación que podemos hacer a la humanidad, a nuestra sociedad y a nuestro entorno. Y depende exclusivamente de nuestra decisión, de querer querernos, de invertir en nosotros y no, en nuestro personaje.

La aceptación incondicional

aceptación incondicional

La aceptación incondicional no es fácil de explicar; tampoco, de entender. Pero si nos acercamos al significado de las palabras, vemos qué quiere decir: aceptarnos sin condiciones de ningún tipo, tal como somos. Con todos las zonas de luz y de oscuridad que tenemos todos.

La aceptación incondicional no está basada en lo que tenemos, ni en lo que pensamos. Tampoco en lo que sentimos. Está basada en tres argumentos irrebatibles. Porque algo tan espiritual no puede ser dependiente de juicios banales, tiene que ser depender solo de la esencia, de la más intrínseca realidad humana.

Los tres argumentos que te invito a que procures contra argumentar son:
• Somos únicos
• Estamos en constante cambio
• Somos humanos

Si haces ahora el ejercicio de debatir estos tres argumentos, posiblemente sea la primera vez que te das permiso para mirarte sin tener presente la evaluación de los otros por lo que haces, por lo que tienes o por cómo te comportas. Vemos la importancia de este tres argumentos para estimarnos y para saber quiénes somos.

La aceptación incondicional es hija del perdón, del perdón a nosotros mismos, no a los otros. A los otros los comprendemos, ¿quién somos nosotros para perdonarles? Es un adelanto importante, hacia un nivel de menor sufrimiento emocional, integrar la decisión de que nos podemos aceptar incondicionalmente porque no hay nadie más como uno mismo.

Somos absolutamente únicos, ¿te parece poco? También porque las emociones nos mueven y nunca somos el mismo. Como el río, nunca lleva la misma agua pero siempre sigue el mismo camino. Todo está en constante cambio.

Y, finalmente, porque somos humanos. De aquí se desprende el derecho a equivocarnos, a errar y también a fracasar.

Por lo tanto, te propongo que a partir de hoy, como sí de un mantra se tratara, te digas: “Me acepto incondicionalmente porque soy único, porque estoy en constante cambio y porque soy humano” y verás que conforme lo vayas integrando te irás sintiendo más bien contigo mismo. También te sentirás más libre y descargarás la mochila emocional que llevamos cargada de juicios y de conflictos no resueltos.

Aceptarse incondicionalmente quiere decir aprender a ser sin tener en cuenta el pasado, solo teniendo en cuenta el aquí y el ahora. Aceptarse incondicionalmente quiere decir vivir sin culpas ni miedos. Sin ego. Aceptarse incondicionalmente quiere decir poder observarse sin juicios ni manipulaciones. La aceptación incondicional es una de las grandes herramientas de la Inteligencia Emocional Aplicada, lo enseño y lo aprendo cada día.

La positividad ante el duelo. La magia del empeño

duelo

Albert Einstein decía “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: La voluntad”. Y es que veía cómo de valiosa y transformadora es la fuerza de voluntad, el empeño, las ganas….

Así vi yo, por primera vez, a la abuela Lluïsa, cuando en uno de nuestros habituales paseos de fin de semana, me abordó. A sus 72 años tenía muchas preguntas a las que buscaba respuestas. Especialmente después de la muerte de su marido, hacía ya más de 2 años. Y aunque cada día estaba peor, ahí seguía caminando cada día, sin faltar uno sólo. Aunque doliese la artrosis, aunque doliese el alma.

La escuché, procuré que lo supiese, empaticé tanto como supe en ese momento, le reiteré sus dudas para que viese que la entendía y desde la perspectiva que da el respeto puse en marcha mis conocimientos, habilidades comunicativas y pasión por ayudar a los demás. Recuerdo, le pedí permiso para compartirlas con ella y le dije que creía poder darle algunas explicaciones, pero que quería asegurarme de que realmente ella las quería. Clavó el bastón en la tierra y dijo: “Sí, quiero que me diga lo que usted piensa.”. Y, claro, se lo dije.

Le dije que pensaba que no había superado aún el dolor emocional por la muerte de su marido, que pensaba que ella no entendía el porqué la vida le parecía tan injusta, que fue todo tan rápido que no tuvo tiempo, que ella pensaba aún que podía haber hecho más… También que, al bajar la guardia emocional, el cuerpo había aprovechado para manifestar su dolor en forma de diversas enfermedades.

Nos pusimos a trabajar la TREC (terapia racional emotiva conductual), que yo había aprendido –y todavía aprendo– cuando seguí y superé mi proceso de ansiedad, de la mano de Albert Ellis, y guiado por el famoso psicólogo experto en psicología cognitiva y amigo Rafael Santandreu.

Mi mayor duda era si en sólo nuestros paseos, sin más armas que los dibujos hechos en el suelo, los escritos que me preparaba en mi Iphone, mi oratoria y mi capacidad persuasiva serían suficientes para ayudarla. Siempre tengo en mente que puedo, que sé que puedo, pero esta vez el reto no era fácil. Pero no contaba yo con ella… Con su entereza y dignidad, con su compañerismo, con su complicidad y confianza plena en mí.

Durante todo el proceso que hicimos durante 13 meses, tratamos cada tema con cariño, pero insistiendo día tras día. Por la noche, la abuela Lluïsa, cuando se acostaba, recordaba todo lo que habíamos comentado, iba asumiendo los conocimientos y el cambio de paradigma, que supone aprender a aceptar incondicionalmente a sí misma, su situación y la vida, pilares básicos de la TREC.

Al final del verano, Lluïsa quiso celebrar su clara mejoría emocional junto a sus hermanos Dolores y Miguel con coca y cava en una fuente cercana. Fue un ritual de manifestación de su clara mejoría porque se reafirmó incondicionalmente al compartirlo con su familia. Así que decidí escribirle una carta y regalársela para que no olvidara el poderoso proceso que había hecho y que yo había tenido el privilegio de acompañar. Una carta que aún guarda su hermana como un tesoro de la fortaleza de su hermana Lluïsa.

Ella fue mi primer acompañamiento y con ella descubrí mi verdadero propósito: Ayudar a los demás a conseguir el bienestar emocional que tanto desean. Mi mayor respeto por quién busca ayuda cuando la necesita, porque no se engañan, ni a ellos ni a su entorno, porque facilitan la oportunidad de ser felices todos.

 

Foto: Sebastian Unrau. Unsplash.

¿Perdonar a los otros o perdonarnos?

perdonar a los otros

No hay nada que perdonar a los otros, solo hay que comprenderlos. ¿Quién se siente suficiente juez para perdonar a otro persona? A menudo nos decimos “No lo perdono porque no se lo merece”. ¡Qué locura! ¡Qué juicio tanto injusto!

Lo que sí hace falta es perdonarnos a nosotros, dejar de culparnos y victimizarnos, para no culpar los otros cuando no nos responsabilizamos de nuestra parte de la relación. Si nos perdonamos dejamos atrás las enormes culpas que sentimos y que no son justas ni con nosotros ni con el entorno con quien las volcamos.

¿Cómo queremos comprender los otros si no nos perdonamos nosotros?

Culpamos los otros porque no somos capaces de asumir que en todas las relaciones tenemos la mitad de la responsabilidad. Somos parte del bucle creado porque nosotros, igual que el otro, hemos cambiado el comportamiento hacia el otro y esto nos cuesta mucho de aceptar. El ego nos guía a  culpar a quien tenemos delante por no sufrir y esto, en realidad, es lo que más sufrimiento nos provoca y no nos damos cuenta.

Tenemos que aprender que nuestra lógica es solo nuestra. Que los otros son también únicos y, por lo tanto, diferentes a nosotros. Tienen una mirada diferente a la nuestra, pero es igualmente válida.

¿Nos hemos preguntado por qué lo que hacen otros lo vivimos, a menudo, como un ataque personal?

Si me respeto, respeto el camino de los otros, su proceso de crecimiento y no los juzgo. Así pues, no me hacen daño sus comportamientos y, por lo tanto, no hay nada que perdonar, solo comprender, aceptarme incondicionalmente y, en consecuencia, también a los otros.

En resumen se trata de superar las propias culpas, de perdonarnos primero a nosotros mismos y desde este estadio más sereno podamos perfectamente excluir el juicio de lo que hacen los otros. Por lo tanto, ya no culparemos a nadie y esto hará que dejamos de sufrir, aceptando la realidad del que pasa. Quizás no nos gustarán conductas determinadas, pero no sufriremos más.

Aceptar la diferencia nos hace más eficaces

autoconocimiento

Vivimos en una sociedad que lo único que mira es el exterior. Nos dotan de las mejores herramientas, de la última tecnología para conseguir ser más eficaces. Todo con el objetivo de obtener los mejores resultados tanto a nivel profesional como también a nivel personal. ¿Pero son realmente estos los mejores instrumentos para conseguirlo? Posiblemente, no. Y es que existe una herramienta que nos va a dar los mejores resultados, si somos capaces de perseverar e insistir: El autoconocimiento.

En este vídeo, que es un fragmento de una de las ponencias gratuitas que imparto en Pangea, te explico precisamente cómo el autoconocimiento nos va a permitir obtener los mejores resultados. Y es que, tal como se titula el vídeo, aceptar la diferencia nos hace más eficaces.

También nos permite descubrir cuáles son nuestros talentos y cómo darles un espacio para que salgan a la luz y crezcan. En el vídeo te explico cuáles son las tres claves del talento. Se trata de tres elementos imprescindibles para conseguir dar nuestra mejor versión. También te apunto cuáles son los diferentes tipos de personalidad para que puedas identificar la que encaja más contigo o con tu ego. ¿Te apetece verlo? Pues dale al play.

Me encantará saber qué piensas tú sobre la Inteligencia Emocional Aplicada, el autoconocimiento y el ego. Así que te animo a dejar tu visión y tu testimonio en el apartado de comentarios. Estoy convencido que tu experiencia puede inspirar y ayudar a muchas personas que se encuentren en una situación como la que tú ya has superado.

Si todo esto del autodescubrimiento se te hace cuesta arriba, escríbeme. Día a día acompaño a muchas personas para que puedan dejar su ego atrás y empiecen a vivir desde su esencia, siendo fieles a quienes son y cómo quieren vivir la vida.

 

Foto: Septian Simon. Unsplash.

De la exigencia a la tolerancia, el camino de la paz interior

De la exigencia a la tolerancia

De la exigencia a la tolerancia. Mientras estamos instalados en cualquiera de las exigencias neuróticas a las que el ser humano es proclive –véase ‘la vida me tiene que tratar bien’, ‘los demás deben respetarme’ y/o ‘debo hacer todo perfecto’–, estamos queriéndonos muy poco o nada. Estamos saboteándonos la vida, en definitiva, estamos caminando en dirección contraria a la felicidad porque nos falta tolerancia y compasión con nosotros mismos para aceptarnos tal cual somos, incondicionalmente.

Sufrimos emocionalmente porque nuestro dialogo interno es muy duro con nosotros mismos. Nuestras creencias, eso que nos hemos creído, son draconianamente exigentes, son profundamente terribilizadoras y eso el cuerpo lo somatiza y el corazón se resiente.

¿Por qué sostenemos de por vida creencias tan exigentes? ¿Cómo cambiar creencias de exigencia por creencias de preferencia?

Es como, si además de tener dentro un saboteador de felicidad, tuviésemos también un masoquista que gobernase nuestra vida. A ambos, les damos permiso nosotros mismos para que residan en el centro de nuestra existencia

¿Por qué no nos inculcamos creencias diferentes y mejores, que nos acercan a la felicidad y no que nos alejen?

Nos culpamos, nos atacamos y castigamos sin piedad. Como si el victimismo al que conducen culpas y miedos, nos permitiese algún día alcanzar el bienestar. Proyectamos nuestra culpa en los demás, por no ser capaces de asumir nuestra responsabilidad. Tenemos comportamientos intolerantes con los demás, sin comprensión alguna de que todos hacemos lo mejor que podemos en cada momento.

La ansiedad, el estrés y muchas veces estados depresivos son el resultado de tanta exigencia y tan poca preferencia. La tolerancia va dotada de confianza en uno mismo, de aceptación incondicional.

La tolerancia con uno mismo es la respuesta a tanto sufrimiento.

Debemos aprender a ser tolerantes y compasivos, admitiendo que también, hasta ahora, hemos hecho lo mejor que hemos podido en cada momento. Al tolerarnos, aceptándonos tal cual estamos de nivel de conciencia en aquel momento, nos acercamos a la realidad y por tanto dejamos la exigencia, entrando en preferencia.

Tolérate, date permiso para descubrirte, para conocerte y serás feliz. Desde la tolerancia uno puede vivirse, experimentarse como es, aquí y en este momento.

La tolerancia con uno mismo es el reflejo de la aceptación de tal cual somos, sin máscara ni personalidad, ¡con libre autenticidad!

Con aprecio, dedicado a Mireia Coll i Omaña

 

Foto: Patrick Fore. Unsplash.

¿Fiel o leal? ¿A otros o a ti misma?

fidelidad y lealtad

Antes se relacionaba la fidelidad a la pareja y la lealtad a las causas nobles. Desde la Inteligencia Emocional Aplicada, consideramos que la fidelidad es un compromiso, un sometimiento y una promesa a cumplir que hacemos a los demás, sea de pareja, laboral o social. La lealtad, en cambio, es un acuerdo, un asentimiento de apoyo y de ayuda que ofrecemos en un valiente acto de compañerismo.

Fidelidad y lealtad vienen marcadas por diferentes orígenes. La primera, por la confianza hacia otro –sincera o inducida– y la segunda, por el respeto y apoyo desinteresado a otra persona. Así pues, podemos percibir que la fidelidad es un acto, un comportamiento. En cambio, la lealtad es un profundo sentimiento ético.

El fiel se somete a su compromiso, el leal asienta en su decisión.

¿Se puede comprar la fidelidad? ¿Y la lealtad? Está claro que la primera sí se puede adquirir aún cuando no se fomente, porque es una demanda. A diferencia de la lealtad, que es una oferta ejercida desde la libre voluntad.

Se puede ser infiel, pero leal. Pero no se puede ser desleal y fiel.

¿Cuál es pues la fidelidad más importante en nuestra vida? Sin duda la que nos ofrecemos a nosotros mismos. Esa que hace que tomemos decisiones confiando en nosotros, dejando atrás miedos y culpas bloqueantes.

¿Qué supone ser fiel a uno mismo? ¡Pues mucho! Especialmente, se trata de un compromiso de amor a nosotros mismos, de que procuramos ser nosotros y no, el personaje creado por nuestra personalidad, por nuestro ego. La fidelidad es nuestra capacidad espiritual de cumplir con nosotros mismos, aún cuando no guste a los demás.

¿Qué compromisos de mejora personal tienes contigo misma? ¿Cuál es la lealtad más importante que podemos ofrecer? La que demos a otros sin otro interés que el de dar. Al dar ya hemos recibido. ¡No hay dicha mayor que poder dar a quién uno decidió!

La fidelidad la podemos imponer, pero la lealtad es un sentimiento que podemos fomentar, pero que no podemos construir desde la nada, requiere de una historia, de una ilusión.

La fidelidad es dar cumplimiento a las promesas. Prometer es una acción personal, propia de cada uno de nosotros; revela una gran soberanía de espíritu, ya que elige decidir hoy lo que se va a hacer en adelante, bajo condiciones que no se pueden prever. Es un contrato con condiciones.

La lealtad es la capacidad espiritual de ofrecer soporte a una persona desde el respeto, la gratitud y el compañerismo. Es un acuerdo de aceptación incondicional.

¿Te sientes más fiel o leal?

Con afecto, dedicado a Lu Cruz.

Foto: Roman Kraft. Unsplash.

El ‘feeling’, la confianza natural

¿Qué es el feeling y qué nos aporta?

El feeling lo podríamos definir como una emoción indescriptible de confianza que, sustentada en el tiempo, se convierte en sentimiento y se arraiga. A lo largo de la vida, nos damos cuenta de que con unas personas el feeling se ha dado desde el primer momento, y, en cambio, con otras no ha sido nunca. ¿Cuál es el motivo? ¿El feeling es siempre correspondido?

Esta sensación es hija de la intuición, esa cualidad tan poco conocida pero tan auténtica que tenemos los seres humanos. Está en todos nosotros, aunque con diferente potencial y desarrollo. No todos tenemos la misma intuición.

El feeling despierta en nosotros confianza, genera ilusión, empatía y fortaleza en las relaciones personales, también a las profesionales. Es como si, de golpe, caen las barreras de la desconfianza, fruto de las malas experiencias que llevamos acuestas y con las que nos acostumbramos a comparar. Es como si, por fin, encontramos en quien descansar nuestras cosas sin que el pasado nos pase factura. Es un rayo de sol perenne en nuestras vidas. ¡El feeling mueve montañas!

Además, lleva consigo comportamientos de solidaridad, de interés por otros, de motivación y de bienestar emocional. Es una esperanza argumentada que fomenta el compartir, que aporta seguridad y nos ofrece esa energía necesaria para tener paz interior.

Cuando hay feeling sabemos que no estamos solos.

Pero ¿es siempre correspondido?

Si no lo es, se convierte en la expectativa de que podríamos tener una relación de confianza con una determinada persona. Pero la realidad es que no podemos confiar porque solo nosotros lo sentimos.

El feeling es de ida y vuelta. Es un feed-back emocional muy profundo y, en general, muy duradero en el tiempo, porque la confianza genera más confianza.

Démonos cuenta cómo con las personas que tenemos feeling somos más tolerantes y, a menudo, incluso justificamos sus errores, porque así ofrecemos una vida más larga esa relación feeligniana. Protegemos la confianza con generosidad, sin exigencias y desde la preferencia somos más benevolentes.

El feeling es fuente enorme de placer y estabilidad sentimental. Es una evocación a nuestro instinto más auténtico, al de que somos seres sociales que dependen unos de otros, que viven en continua conexión energética.

La energía que fluye entre seres que sienten feeling es de una extrema sinceridad, de una ingenua y desbordante transparencia. Encontramos en el otro aquello que nos llena, aquello que nos induce a ser felices. Encontramos aquella complicidad que nos invita a estar presentes en cada encuentro, en cada pensamiento.

Cuando sentimos feeling podemos creernos afortunados, somos queridos y respetados, por nosotros y por el otro. Nos sentimos reconocidos por lo que somos, no por lo que tenemos o hacemos. El feeling reconoce nuestra grandeza por ser, sin más.

Como todo en la vida, la medida está en nosotros, si ansiamos feeling con muchas personas es que estamos en demanda de energía o de amor, el que no nos damos a nosotros mismos y que anhelamos de los demás.

Si nuestra capacidad de sentir feeling es con unas pocas personas, será de calidad y auténtico, no habrá demanda, habrá oferta de energía, que será devuelta por esa magia que producen las emociones bien gestionadas, bien llevadas.

¿Te produce feeling este post?

Dedicado con estima a Berta Gómez.

Foto: Piscilla Du Preez. Unsplash.