A menudo nos sentimos decepcionados porque otros no hacen aquello que nosotros esperábamos de ellos, especialmente aquello que nos pensamos merecer por haber invertido en el otro, bien sea con tiempo o dedicación, bien sea inversión material o espiritual.
El caso es que la decepción nos cuesta relacionarla con nosotros…., lo hacemos con los otros con mucha facilidad, demasiado diría yo. No veo bastante, en general, autoanálisis que determina que somos nosotros los responsables de nuestras emociones, ¡nunca los demás!
Para que haya una decepción, ¡es obvio que ha hecho falta una expectativa previa!
¿Qué es una expectativa pues?
Es aquello que esperamos de los demás, de una manera unilateral, tanto si lo comunicamos al otro, como si no lo hacemos. Casi siempre sin comunicarlos, sin pedirlo o si lo hacemos, mayoritariamente, de una forma agresiva, sin espacio a que el otro nos dé su opinión de aquello que se le dice que tiene que hacer por nuestro beneficio, enmascarado muchas veces en su supuesto beneficio, en su supuesto interés…., vaya, !que nos hacemos salvadores de los otros!
A nadie le hace falta que le salvamos, quién quiere ya busca ayuda y la pide explícitamente, quien no lo hace así en realidad no quiere ser ayudado, tampoco quiere ninguna expectativa sobre él que a buen seguro defraudará, legítimamente, porque no es en ningún momento su interés, es nuestro solamente.
Es cómo si pidiéramos a los otros que adivinaran nuestras necesidades más recónditas, aquellos pensamientos que nos harían muy felices…., ¡qué locura !
¿Qué os parece pues si sólo nos responsabilizamos de aquello que está en nuestras manos, y si queremos algo de alguien otro se lo hacemos saber, pidiéndole su opinión, y en su caso, motivándolo a cumplir aquello que él también ha aceptado libremente, porque piensa que es de su interés?
Una expectativa es un mal pase que hacemos a una relación, le cargamos una mochila únicamente necesaria para nosotros, lo hacemos injustamente. Esta relación no durará, tampoco será sana, está condenada al fracaso, por responsabilidad nuestra porque un día, justificado penosamente, decidimos que otra persona tenía que llenar nuestros vacíos
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