La compasión es el deseo y la actitud de ayudar al otro. Ayudar desde la generosidad y no, desde las propias necesidades. Regidos por nuestro ego, a veces, queremos que otros salgan de su sufrimiento, no para que dejen de sufrir sino para que dejen de incordiarnos con su sufrimiento.
Ayuda, pues, para que otros superen su sufrimiento y se sientan libres de sus propias cadenas emocionales.
La compasión es como la tolerancia con amor. Es tanto como aceptar sin juicio, sin expectativa exigente, sino con acompañamiento preferente. Ser compasivo nos ofrece la oportunidad de escuchar al otro, de que nos dé permiso para acercarnos y, desde ahí, acompañarle: enseñarle pacientemente hasta que aprenda a salir de su sufrimiento.
La compasión no está al alcance de todos, pero es un estímulo increíble para ser mejores. Es una herramienta de Inteligencia Emocional de alto nivel de conciencia, como la aceptación incondicional o la coherencia emocional, opuesta a tener razón.
Hija de la empatía, la compasión es la habilidad de entender, comprender y aceptar profundamente las emociones, sentimientos y comportamientos de otros que no nos agradan. Pero hurgamos más allá para alcanzar ese nivel espiritual, esa virtud del no juicio y si verdad. Las personas que se sienten mal consigo mismas y que exteriorizan ese sufrimiento constantemente son las más necesitadas de nuestra compasión.
Todas las virtudes emocionales, para ser auténticas, deben empezar por uno mismo. Es sano y necesario que sea a nosotros mismos a quien ofrecemos la más pura de nuestras compasiones, de nuestras empatías, de nuestras asertividades.
¡Ser feliz requiere de un buen trato a uno mismo!
Todas las habilidades que hacen referencia a la capacidad de ponernos en la piel de otros requieren, de manera imprescindible, de paciencia y templanza, de mirada alta y perseverancia. Ser compasivo con otros es decidir madurar uno mismo a un nivel de conciencia superior. Es decidir que somos compasivos sin el juicio de si lo merece o no.
Todos lo merecen, aunque se comporten mal, porque son humanos. Y, a menudo, intensamente gobernados por su ego que, viendo las vulnerabilidades, se adueñó de esas personas que tienen comportamientos, quizás difícilmente asumibles socialmente, pero sí perfectamente asimilables humanamente.
¡Ser compasivo, sobre todo es ejercer nuestra humanidad al límite de lo divino!
Ejercer compasión significa, también, amarse a uno mismo y dotarnos de una de las oportunidades vitales más importantes de crecimiento, de felicidad. Al ofrecer compasión ya hemos recibido amor por nuestra actitud, ya hemos librado y ganado nuestra lucha con el ego.
Ser compasivo requiere de altos valores, va intrínsecamente ligado a personas que van más allá, que van muy lejos, que viven una vida con sentido, que tienen propósito y son sencillamente muy felices.
Con aprecio dedicado a Abdó Gómez
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