Los tres valores de la aceptación incondicional de uno mismo son:
- Somos únicos.
- Estamos en constante cambio.
- Somos humanos.
La identidad es la que nos acerca al primer de estos valores: Somos únicos
La identidad nos ofrece la posibilidad de reconocernos, de diferenciarnos de los demás, de comprender esa unicidad de cada uno de nosotros y sostenerla aceptándola como un don, como lo más significativo como seres humanos. Nos parecemos en mucho, pero al final la identidad propia de cada uno es la que nos ayudará a dar exquisito valor al bien de la diferenciación que enriquece profundamente nuestras vidas.
Nos atrae de los demás, aquellas características diferentes, aquellas que nos gustan, a menudo, porque creemos que no disponemos de ellas. En cambio, irracionalmente cuando ya tenemos cerca a esa persona, la queremos cambiar para nuestra comodidad. ¡Qué neura!
¿Nos da miedo que los demás sean diferentes o nos enriquece?
En general, este es uno de tantos y tantos conocimientos que tenemos todos y que pocos lo tienen interiorizado, porque nos da miedo lo desconocido. Es muy sencillo: adquirimos identidad por nuestra pertenencia a una familia, a un grupo social o a un entorno de los que, desde bien pequeños y por imitación, aprenderemos cómo tratar con el mundo que nos rodea.
La ética tiene mucho que ver, a mi entender, con los valores identitarios. Especialmente los que hacen referencia a la solidaridad, la generosidad, la integridad, el respeto y la responsabilidad. Marcarán a lo largo de los años un carácter, parte primordial de nuestra identidad, que junto al temperamento heredado y la personalidad asumida biológicamente, nos conforma esa unicidad tan característica del ser humano.
La identidad personal hace de nosotros seres especialmente atractivos a la vida natural.
La identidad cultural hace de nosotros portadores de valor para todos.
La identidad nacional hace de nosotros un sentido de pertenencia y de raíces.
La identidad de género hace de nosotros una forma de entender y vivir.
Sentir nuestra propia identidad como fuente de enriquecimiento, como valor para apreciarnos y respetarnos como lo que somos: seres humanos individuales que conviven socialmente y que, no por ello, limitan sus características propias, intrínsecas, sino que, al contrario, fundamentamos nuestro bienestar en esa identidad forjada por nosotros mismos y por nuestra pertenencia.
Tiene que ver con identificarse, con reconocerse, con darnos el valor que tenemos por derecho adquirido propio y, por lo tanto, nos vinculamos con los demás a través de esa característica personal tan positiva para nuestra autoestima.
Conocer tu identidad es la sabiduría del camino de crecimiento, es la autenticidad en sí misma.
Dedicado con aprecio a Judith Marsol
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