Hay personas que somos, claramente, donantes de energía: Ofrecemos a los demás entusiasmo, una sonrisa… Desde la sincera empatía, compartimos la actitud adecuada que se necesita para tirar hacia delante en todo momento.
Esta oferta es fruto de la generosidad. También porque sabemos que, bien por experiencia o por intuición, no nos quedamos nunca sin energía aunque se la ofrezcamos a los demás. En los casos que dejamos de ofrecerla no es por miedo a quedarnos sin, es porque la relación ya nos ha fatigado. Hemos ofrecido nuestra energía con el fin de que el otro se supere y lo que ocurre es que se acostumbra a no usar la suya, sino la nuestra. En estos casos, debemos retirarnos. Porque con nuestro comportamiento estamos impidiendo que el otro crezca, que use su propia energía.
Todos tenemos la misma. La diferencia está en si la usamos o no.
Todo esto de la energía me recuerda a las dinamos antiguas de las bicicletas (no sé si aún actuales) en que la fricción producida entre la dinamo y la rueda de la bicicleta proveía de luz el foco delantero de una manera constante, sin pérdida en ningún momento. De la misma forma sucede en nosotros: la energía que ofrecemos a los demás se multiplica también para nosotros; la que permitimos que se nos lleven, nos agota.
No importa ofrecer parte de nuestra energía a otros, pero como todo en la vida, ha de tener unos límites. Son necesarios pactos para evitar que los receptores se acostumbren a no fabricar su propia de energía. Piensa que los receptores de energía, en su diálogo interno, se dicen que no disponen de su dinamo, porque ya te tienen a ti.
Tener una energía ajena, que se puede interpretar como una atención personalizada o estima privilegiada, es fuente de muchas decepciones, de muchos malentendidos que se proyectarán en la relación y que, con el paso del tiempo, pueden generar inestabilidad o acabar con ella. Si damos energía, debemos ser prudentes y también responsables de no generar dependencia de nuestra generosidad.
Por un lado hay quién te percibe (tu comportamiento tiene que procurar evitarlo) como un “salvador energético”, como un proveedor. Por lo tanto, su estrategia irá dirigida a obtener tu atención y explicarte sus problemas. Normalmente, sin ningún interés por los tuyos. En este caso, la demanda energética es muy egoísta en su conducta.
Y, por otro lado, los donantes se irán cansando de la poca reciprocidad que tienen estas relaciones. Y, a pesar de dar alguna nueva oportunidad, finalmente dejarán la relación por el sobrepeso que supone y por la fatiga mental y emocional que representa hacerse cargo de la energía de otro continuamente. Es un peso difícil de llevar aún sin juicio ni culpa.
La solución:
Debemos procurar que haya equilibrio entre las balanzas emocionales. Los donantes debemos responsabilizarnos de aquello que ofrecemos y en qué medida. Los receptores, en cambio, de no desequilibrar, con su demanda, la balanza emocional.
Es un juego de tendencias. El demandante necesita cada vez más energía, justo lo contrario que espera el donante, que lo que pretende es ayudar con su energía a levantar un vuelo, no a nutrir un viaje completo. Es aquí donde yace el conflicto.
Por lo tanto, es necesario que se acuerden los límites al inicio de una relación entre donantes y demandantes de energía. Con más responsabilidad por parte del donante, que es quien tiene menos necesidad de estas relaciones.
Los receptores deberán darse cuenta que esta energía gratuita no es eterna, es temporal. Por lo tanto, deben demandar con prudencia. Si no lo hacen, estas relaciones acaban por sucumbir y perderán aquello que tanto aprecian por no haber hecho un bueno uso de sus demandas, llevados por las necesidades exageradamente neurotizadas.
De hecho, no es sólo a personas, que los demandantes solicitan. Es también a la vida, al universo y a las circunstancias que viven en cada momento, porque no tienen conciencia de tener su propia dinamo.
Hay ahí un posicionamiento pasivo (que alguien me dé) y obvia la responsabilidad de sostenerse energéticamente por sí mismo. La comunicación que se emite en las demandas que están en desequilibrio, normalmente, tiene conductas manipulativas, indirectas.
Debemos mirar las relaciones como si fuesen vasos comunicantes. Mientras ambos vasos disponen de volúmenes parecidos de energía, se pueden comunicar, fluyen y se retroalimentan. En cambio, cuando un vaso pierde su energía se vuelve demandante. Esta demanda deberá ir acompañada de energía propia y de una actitud de recuperación. Si no se hace así, la relación quedará descompensada y más tarde o más temprano se perderá.
Es un hecho incuestionable que cuando ofrecemos a los demás nuestra energía constantemente les estamos haciendo un flaco favor. Aún cuando algunos tipos de personalidad más manipuladoras lo usan como una herramienta de chantaje emocional para seguir alimentando su narcisismo, creando una relación cautiva.
Por lo tanto, debemos ser responsables de la energía que ofrecemos y de la que recibimos. No hay relaciones sanas sin equilibrio emocional y energético. Los pesos iguales o similares crean relaciones de crecimiento mutuo, las desequilibradas no.
Foto: Riccardo Annandale. Unsplash.
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