Una situación de confinamiento como la actual es una oportunidad única para darnos cuenta de quién somos, de buscarnos, de descubrirnos. O, al contrario, si así lo decidimos, puede ser una situación de realce de dificultades no superadas, de recriminaciones constantes y de seguir ocultándonos, huyendo de nosotros mismos. La base de la decisión podría ser tomada perfectamente atendiendo esta frase: “Quiero sanar mi relación conmigo mismo, aceptando que lo que me hace sufrir de los demás, es lo que, aún, no he resuelto en mí”.

Mientras dura el “efecto buen ciudadano” –que quiere decir que la inmensa mayoría de personas asumimos con responsabilidad la situación y enfocamos nuestras energías en resolver de la mejor manera posible las nuevas dificultades–, no va a haber incidentes relacionales. La dificultad la preveo en cuanto la necesidad de salir de casa, sea superior a la voluntad de mantener el foco mental en sentirnos bien, en ayudar al entorno, en colaborar desde la humildad siendo uno más. O sea, en el momento que los egos empiecen a reclamar su espacio propio.

¿Qué nos hace pensar que sabremos sostener con la misma frescura el doble del primer anuncio de confinamiento? ¿Qué día empiezan a romperse las vajillas? ¿Cuánto tardaremos en culpar al otro de nuestra impaciencia, de no poder aguantar más porque es terrible y no lo puedo soportar? Nuestra madurez –que no adultez, que la ofrece el DNI– va ser puesta a prueba estas próximas semanas. Todas las personas que hemos decidido libremente aprovechar la oportunidad enorme que nos ofrece la vida para crecer, para conocernos, vamos a seguir, día tras día, sin ninguna prisa hasta que esto acabe. Acabará cuando toque, pero sin sufrimiento ninguno. Las personas que viven su felicidad en función de las circunstancias, de las situaciones exteriores o de los demás van a sufrir mucho. Se van a echar de menos a sí mismas.

Las consecuencias pueden ser nefastas, especialmente para muchas parejas que verán lo poco que se conocen, lo poco que tienen en común, lo poco que su proyecto está afianzado… Y con el riesgo de, en vez de haber aprovechado la oportunidad para conocerse –a uno mismo y al otro–, se convierten en unos desconocidos que no han sabido disfrutar de lo que la vida les ha traído para mejorarse, que leyeron mal qué nos estaba diciendo el confinamiento.

¿Cómo superar pues este confinamiento reforzando los lazos con nuestras relaciones inmediatas?

Pues, básicamente, propongo que nos formulemos ahora mismo unes sencillas preguntas:

  1. ¿Qué nos hace pensar que nuestra manera de ver la realidad es la verdadera?
  2. ¿Qué me hace pensar que el otro es culpable?
  3. ¿Es la razón la que va a guiar mi criterio? ¿La impondré?

Darnos unas respuestas adecuadas a estas preguntas puede ayudar mucho estos próximos días de confinamiento prolongado. Te ofrezco una pista: Ni mi realidad es única, ni tiene la culpa, ni tengo razón.

 

Foto: Claudio Schwarz. Unsplash.

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