Proyectar en los demás lo que no asumimos en nosotros

proyectar en los demás

Proyectar en los demás nuestro malestar. Cuando no somos capaces de asumir la propia responsabilidad, desbordados, culpamos, una y otra vez, a los demás de nuestras incapacidades o irresponsabilidades.

La falta de educación emocional nos conduce a culpar a otros de nuestras responsabilidades y, aunque sufriendo mucho por la propia decepción, por el resentimiento que nos queda y por la imposibilidad de dar solución madura a nuestro malestar, seguimos repitiendo este egóoico patrón cada vez que nos encontramos ante una situación interpretada como adversa.

Nos da pánico sentirnos responsables, asumir que somos nosotros los que podemos mejorar, que los demás no cambiarán porque se sientan culpables, que a la vez culpan a otros. Y así la proyección se convierte en una conducta social.

El error masivo se convierte en verdad y la inmadurez emocional en realidad social.

Sufrimos y, como respuesta, hacemos sufrir y queremos herir. Y, claro, salimos heridos.

Aún no hemos entendido que si hago daño a los demás, me hago daño a mí mismo. Algo tan sencillo y obvio, cuesta de entender porque estamos gobernados por el ego, porque no tenemos las riendas de nuestra vida emocional.

¿De qué sirve culpar a los demás?
¿A dónde nos lleva culparlos?
¿Es útil o práctico hacerlo?

Si analizamos estas 3 preguntas de tipo realista, filosófico y práctico nos daremos cuenta de que no mejora nada. Al contrario, empeoramos las relaciones volcando nuestros malestares, nuestras frustraciones.

¿Qué tienes dentro?

Los seres humanos somos como depósitos: Ofrecemos a los demás lo que tenemos dentro.

Así pues, si tenemos resentimiento, nuestras conductas estarán afectadas por este dolor. Si, en cambio, tenemos paz y alegría, todos nuestros comportamientos estarán regidos por estas emociones sanas y equilibradas.

Al proyectar culpa en los demás, la intencionalidad es la de liberarnos de un sentimiento que percibimos como frustrante y lo que queremos hacer, en realidad, es pedir ayuda para sostener todo lo que se nos hace insoportable. Y nos parece, en nuestra particular neura del momento, que tirando nuestras miserias al más cercano, seremos mágicamente liberados.

No nos damos cuenta que lo único que conseguimos atacando a los demás es obligar al otro a protegerse de nosotros y a defenderse ya que se siente, lógicamente, atacado por nuestra irresponsable conducta culpabilizadora.

¿Qué podemos hacer para mejorar estas situaciones?
Cuando sentimos la emoción de culpa es importante reconocerla como nuestra y no, de otro. Después, hay que aceptarla; es decir, hacerme cargo y sencillamente admitir que es la emoción que siento, que es mi realidad en ese momento. Finalmente con esta emoción de culpa lo que hacemos para liberarnos de verdad es responsabilizarnos y no culparnos o culpar a los demás.

Adultez vs madurez, nuestra personalidad

adultez madurez

Aproximadamente entre los 6 y 7 años, todos nosotros y de una manera biológica, decidimos cuál será nuestra personalidad para toda la vida, en base a la estrategia elegida para ser queridos y aceptados por los demás.

En ese momento de tanta fragilidad nos vemos abocados a tomar tan drástica decisión que afectará nuestra vida de manera determinante. Todas las personalidades tienen sus pros y contras, pero no es lo mismo tener una que otra personalidad evidentemente.

La que llamamos mente afligida –por ser esa que nos desconecta de nuestra esencia: nuestro ego– pone en marcha, en ese momento, su herramienta más poderosa para hacernos sufrir: la personalidad, la máscara. Esa personalidad creada por el ego para satisfacer sus necesidades neuróticas no busca satisfacer las necesidades de nuestra esencia como seres humanos, si no las de esa poderosa sombra que nos acompaña toda la vida, siendo siempre la misma. Por eso, podemos evolucionarla, sanarla, pero jamás cambiarla.

Desde los 7 años hasta nuestra mayoría de edad -lo que llamamos edad adulta- nuestra personalidad no es nuestra responsabilidad. Vamos interpretando nuestro entorno y sus comportamientos. Algunos de ellos los reproduciremos como propios; otros, los rechazaremos en nosotros; y otros, los ignoraremos. Pero va muy vinculado nuestro escaso crecimiento emocional a nuestro entorno más inmediato que influirá en esa etapa enormemente.

Pero ¿y a partir de la mayoría de edad?

Es absolutamente nuestra responsabilidad hacernos cargo de nuestra personalidad, de madurar o de sólo ser adultos inmaduros.

¿Qué es pues madurar?

Es iniciar el proceso de ser, sin el tener ni el hacer, sólo el ser: La búsqueda de nuestra esencia perdida. Es decir, dejar atrás, en la medida de lo posible, los patrones de comportamiento regidos por las necesidades neuróticas del ego.

Es cuando nos aceptamos incondicionalmente y, por lo tanto, también a los demás, olvidándonos ya de querer cambiar a los otros, tomando conciencia que solo podemos cambiarnos/mejorarnos a nosotros mismos.

Es cuando comprendemos que cada uno tiene su propia razón, su propia realidad y que es tan respetable como la nuestra. Desde el desapego sabemos aprovechar la diversidad que nos ofrecen los demás. Es cuando aprendemos a dar sin esperar nada a cambio, recibimos por el hecho de dar. ¡Sin más!

Es cuando experimentamos auténticamente que lo único que podemos y debemos aportar al universo es nuestra propia mejora personal. Es cuando el conocimiento ya lo hemos transformado en sabiduría, es cuando la intensidad la hemos transformado en autenticidad, es cuando la razón la hemos transformado en verdad.

Es cuando ya no necesitamos la aprobación de los demás, ni demostrarles nada. Es cuando dejamos de mostrarnos y permitimos que nos descubran. Es cuando dejamos de compararnos y de sentirnos celosos de los demás. Es cuando somos felices con lo que somos, sin más.

Es cuando dejamos de influir y pasamos a fluir.

¿Es hoy un buen día para que empieces a transformar tu realidad y madures ya?